No siempre se aprende de la historia

 

En el número de Nuestro Tiempo del mes de diciembre, Nuria Martínez reproduce una hermosa definición de literatura: "Arte de la palabra, la memoria y la imaginación que crea diálogos entre la humanidad y la vida" (pág.72). Una definición adorable, literaria en sí misma.

Entrevistado por Santiago Fernández-Gubieda, el escritor Ignacio Peyró afirma que prefiere aquellos géneros literarios que le permiten decir algo sobre la vida, como son los ensayos o los diarios. Peyró ve la escritura como una vocación de sentido y felicidad -una filosofía sobre el hombre- y recuerda aquel principio según el cual "mantener la alegría es una apuesta moral". Considera que escribir es un ejercicio de humildad, probablemente porque hoy la literatura es un bien de consumo sin excesiva aspiración de permanencia.

El escritor se define a sí mismo como conservador y católico: "Al creyente se le va a mirar con un punto de autosuficiencia dado el prestigio actual de una sociedad sin Dios, por eso importa que haya iniciativas culturales que hagan cada vez más difícil la expulsión del cristianismo de la inteligencia, que es lo que se pretende" (pág.27).

El entrevistado ha sido director del Instituto Cervantes en Londres, se declara anglófilo y compara aquella realidad con la española. Para él el británico está cómodo con su propia historia, lo cual es envidiable desde nuestro país que solo parece aspirar a deshacerse. De España el autor afirma que "el mito de la decadencia tiene un peso mucho más fuerte que el mito de la grandeza. Henos ahí -concluye- un país más autocrítico que autoexigente".

Peyró advierte sobre los venenos retóricos en el discurso público, una confrontación política puramente dialéctica que "corroe los pilares de la confianza que sustenta [debería sustentar] toda democracia". Personalmente opino que no cabe hablar de democracia donde no hay una voluntad de convivencia sino de destrucción de todo lo que representa el adversario político. El escritor nos habla de la tentación de hacer tabla rasa de todo lo existente con la promesa de grandes soluciones [imposibles, pero atractivas] en vez de implementar pequeñas reformas.

"No siempre se aprende de la historia" -concluye. Digo yo que esta realidad resulta palmaria cuando los que hablan de memoria están reproduciendo una fórmula política -un frente de burgueses, revolucionarios y nacionalistas- que ya sabemos lo que dio de sí históricamente. Es triste constatar con el autor, que hoy un partido conservador "solo puede aspirar a ser filtro [contrarrestar] los excesos ajenos"; al mismo tiempo previene contra un conservadurismo pseudoconfesional, que quiera "dar a Dios lo que debe ser del Cesar".

Fernández-Gubieda recuerda a Peyró la frase de un británico, Michael Oakeshott, según la cual hay que "vivir en sintonía con los propios medios, conformarse con un grado de perfección acorde con uno mismo y sus circunstancias"; es decir, en equlibrio personal, social y político. El escritor se muestra escéptico ante esa posibilidad, ya que "el mercado electoral es un mercado de promesas" y la borrachera progresista no solo no se va a detener sino que intentará ir cada vez más rápido.

Juan Ignacio Encabo Balbín