Trascendencia y Navidad

 

Se han acabado las fiestas navideñas. Se nota un cambio importante en la sociedad, en las calles, las carreteras, y los comercios. Me contaba alguien que en Londres las luces navideñas empiezan a aparecer en octubre, a principios de octubre. Y todos somos conscientes de que, al final, estamos ante un reclamo comercial, buscando que la gente gaste mucho. En gran medida, se ha perdido la devoción, la mentalidad cristiana clara de que estamos celebrando la maravilla de la Encarnación del Verbo.

Hay mucha más preocupación por comprar que por vivir devotamente la liturgia de la Navidad. Es verdad que si algo nos salva es la presencia muy extendida de poner el belén, de tener algún rincón al menos en la casa donde está la Sagrada Familia. Pero quitando esos detalles piadosos, la mente de tantas personas está en que hay que comprar y juntarse a comer o cenar.

Somos conscientes de que en la sociedad actual, en la sociedad nuestra, nos movemos con gran frecuencia por motivos puramente materiales. A ver si salimos, a ver las vacaciones, a ver si nos compramos tal coche o tal otro y, por lo tanto, en la educación de los hijos hay poca piedad. Puede ser incluso que los hijos estén estudiando en un colegio claramente cristiano, y que no se deje nunca la misa dominical, pero en la vida misma, en el entorno familiar, lo que predomine sea el bienestar, el capricho, el tener un poco de todo, los viajes.

No se dan cuenta esos padres cristianos del daño que se hace. Son poco conscientes de que están inculcando un planteamiento materialista en sus hijos, de que han perdido el sentido de la vida, y, si los padres no tienen claro cuál es el sentido de su vida, es imposible que puedan transmitir semejante idea a los hijos. Y, sin duda, lo esencial que los padres tienen que hacer en su familia es transmitir, inculcar, cuál es el sentido de nuestra existencia.

Cuando se van a comprar regalos para los niños, alguien tendría que advertirles, a esos padres, de que lo primero es que enseñen a sus hijos que en Navidad celebramos el nacimiento de Jesucristo, que es Redentor y que nos lleva a la vida eterna. Esto es lo esencial. Indudablemente, la existencia de las figuras del nacimiento da pie para eso, para explicar. Pero habría que preguntarse cuántas veces algunos padres se han servido de esas imágenes para explicar a sus hijos que Jesucristo ha venido al mundo pensando en nosotros, ha venido para morir en la Cruz por nosotros, es decir para que alcancemos la vida eterna, la maravilla de la presencia de Dios, el estupendo encuentro con la Trinidad, con la Virgen, y con todos nuestros familiares y amigos.

Quizá hemos visto en los telediarios algunas cabalgatas de Reyes. Puro lujo, luces, música y todo para que los niños se ilusionen con los regalos, o sea, no tiene nada que ver con lo que es la Navidad. En algunas de esas cabalgatas hemos visto símbolos religiosos apropiados a la fiesta, La Sagrada Familia, los ángeles, pero en otras no se ha visto nada que tenga que ver con lo que se celebra. Y en todo caso lo que se está inculcando a los niños es un deseo de tener, de recibir, por lo tanto un planteamiento egoísta.

Educar en el sentido de trascendencia precisa, ante todo, de un sentido claramente cristiano por parte de los padres, padres cristianos, que tiene la obligación sería, importantísima y difícil en esta sociedad nuestra, de educar en valores cristianos a los hijos. Para eso hay que ir por delante, con el ejemplo.

Ángel Cabrero Ugarte