En su reciente autobiografía, el papa Francisco recuerda las Segunda Guerra Mundial y los conflictos posteriores hasta llegar a la actualidad, cuando el pontífice ha hablado de una Tercera Guerra Mundial por etapas: múltiples enfrentamientos armados en Ucrania, Gaza, Yemen, Myanmar, Sudán y otros. Francisco recomienda el perdón como medio para apagar el odio y los resentimientos de los corazones: "Para que cualquier guerra pueda terminar de verdad -afirma el papa- es necesario el perdón, si no lo que seguirá no será la justicia sino la venganza" (Vida, pág.51).
El perdón aplicado a las relaciones internacionales parece algo utópico, ¿cuándo se ha visto terminar una guerra por el perdón del agredido al agresor? Por eso, quedé muy sorprendido cuando vi que la revista Omnes de marzo de 2024 desarrollaba esta misma idea en un dossier sobre el perdón aplicado a los hechos del pasado. Vale la pena dedicarle unos minutos:
A lo largo de la historia todos los países han sufrido heridas y mantenido enfrentamientos. El perdón, manifestado posteriormente a través de actos de amistad y colaboración, puede restañar las heridas y cancelar los resentimientos; por el contrario, traer a la memoria permanentemente los agravios del pasado, mantiene una distancia política y afectiva entre los antiguos oponentes. El resentimiento constantemente actualizado -leemos en el Editorial-, puede suscitar incluso problemas psíquicos. Pensemos en Htler y en su rencor por el resultado de la Primera Guerra Mundial.
En la actualidad, el recuerdo de las ofensas pasadas se mantiene vivo en la guerra entre Rusia y Ucrania desde la Segunda Guerra Mundial, cuando los ucranianos colaboraron con los nazis. La guerra de Gaza obedece a minorías radicales que no aceptan la partición de Palestina realizada en 1948 y que sus abuelos no se vieran compensados por las tierras perdidas en manos de Israel; por su parte, Israel aspira a hacerse con el territorio que ocuparon los judíos hace tantos siglos y hacerse con Cisjordania. Y ¿qué decir de las guerras latentes, solo interrumpidas por un armisticio o alto el fuego, entre la India y Pakistán, las dos Coreas o las dos Chinas?
España también ha padecido ese tipo de heridas; siempre hemos lamentado la llamada leyenda negra sobre la colonización española de América; hoy, a pesar de los siglos transcurridos, todavía hemos escuchado a dirigentes políticos de México y Venezuela afirmar que España tiene que pedir perdón por el genocidio de los indígenas en América. No se trata de restablecer la justicia sobre determinados hechos históricos, sino de obtener algún tipo de ventaja política para la actualidad. También Gibraltar es una consecuencia de la Guerra de Sucesión española de hace tres siglos, que no debería hacernos perder ni un segundo de sueño siempre que el Peñón respete la legalidad internacional, como cualquier otro territorio; y qué diremos de la reclamación de los islamistas radicales sobre el Al-Andalus histórico, ¿Hay que tomarla en serio o en broma? ¿Qué conviene hacer?
Dentro de nuestro país, Cataluña resucita sus derrotas en la Guerra de Sucesión de principios del siglo XVIII, así como el resultado de la Guerra Civil de 1936-1939. El País Vasco hace lo propio, y hemos visto a nacionalistas gallegos invocar al mariscal Pardo de Cela, derrotado y ajusticiado por los Reyes Católicos en el siglo XV, lamentando haber perdido su identidad nacional a manos de los castellanos. No coincide exactamente con la realidad, pero sirve para hacer una política polarizada.
Cuando el 1 de octubre de 2017 tuvo lugar el referendum sobre la independencia de Cataluña con los subsiguientes desórdenes, el papa Francisco trató de informarse a través del Arzobispo de Barcelona y concluyó que España y Cataluña debían reconciliarse con su propia historia; pero las ventajas políticas para el presente oscurecen cualquier buena intención acerca del pasado.
Los analistas de Omnes son unánimes sobre la necesidad de una reconciliación con la historia. Francisco Otamendi escribe que "se habla muy poco acerca del perdón en el tablero de la geoestrategia mundial. Se puede, sin embargo, reconocer los errores y crímenes del pasado, caminando con el que antes se consideraba un enemigo" (pág.8). Gagliarducci explica que "sin perdón, uno queda atrapado en narrativas opuestas y las heridas de la historia permanecen siempre abiertas" (pág.13); y Mariano Crespo afirma que "el hombre rencoroso se encastilla en el pasado, pero el perdón nos libera de la hipertrofia rencorosa" (pág15). Para mí vale la pena pensar en todo ello.
Juan Ignacio Encabo Balbín