La última DANA de Valencia me ha hecho recordar los intensos debates que, en otras épocas de la historia, por ejemplo, en el siglo XVIII, suscitaban en el mundo intelectual estos acontecimientos. Estábamos en la época de la ilustración y, por tanto, eran momentos para plantearse el problema del mal e interrogar a Dios a causa de la cuestión.
En efecto, a día de hoy la pregunta que aletea en las calles de aquellos pueblos sigue siendo la misma: ¿Por qué Dios, que es un padre amoroso, ha permitido estas catástrofes que producen tantos sufrimiento y desolación, especialmente entre las personas humildes y los niños?
Asimismo, se ha vuelto a suscitar el debate acerca de las catástrofes naturales y la necesidad de que las autoridades estatales y locales inviertan más medios económicos en el cuidado del medio ambiente, en infraestructuras y se eviten las construcciones en lugares sensibles.
Especialmente, vamos a recordar dos tratados clásicos que se escribieron con motivo del terremoto de Lisboa del 1 de noviembre de 1755 que se sintió intensamente en otros muchos lugares como Toledo, Cádiz y Sevilla. Las cifras exactas de aquel cataclismo no se conocerán nunca, pero la estimación actual oscila entre sesenta mil y cien mil personas. Lo peor fue la ola sísmica que finalmente arraso el puerto donde se habían refugiado los supervivientes de la ciudad que se congregaron allí.
Poco tiempo después, dos influyentes intelectuales del momento redactaron dos escritos, como reacción de los naturalistas que afirmaban sencillamente que “todo está bien” (“all right”) es decir, los fenómenos naturales corresponderían a lo propio de un sistema en equilibrio inestable: en unos lugares de la tierra se almacenaría la energía y en otros se deprendería.
El célebre escritor satírico y descreído Voltaire escribiría poco después del terremoto un poema “sobre el desastre de Lisboa o examen de este axioma: todo está bien” y lo envió a sus amigos. Finalmente, Rousseau, uno de ellos, el 18 de agosto de 1756, le contestó con una extensa carta, hablando acerca de la providencia de Dios.
Ambos distinguieron entre el mal físico y el mal moral y recordaron aquel viejo aforismo: Dios perdona siempre, el hombre algunas veces y la naturaleza nunca. Efectivamente, las torrenteras de Valencia arrasaron con todo lo que encontraron a su paso y anegaron garajes y bajeras y llevaron al mar muchos vehículos y personas humanas. Eso significa que la providencia gobierna la creación con las leyes de la naturaleza y el hombre debe aprender a dominar la tierra. Eso sí, con dominio análogo al de Dios y no con dominio despótico, como recordaba Domingo de Soto en su tratado sobre el dominio. Pero siempre, añadimos nosotros Dios da amoroso consuelo.
José Carlos Martín de la Hoz
Voltaire y Rousseau, Sobre el mal, la providencia y el optimismo, edición de Adán Núñez Luna, ediciones Sequitur. Biblioteca pesimista, Madrid 2024, 103 pp.