Los libros como remedio

 

Encuentro un Nuestro Tiempo que tenía traspapelado (NT, abril de 2024), y en él un emocionado artículo sobre el libro de Concepción Martínez Bibliotecarias a caballo

Relata la autora como durante la Gran Depresión en los Estados Unidos (1929-1941), el gobierno impulsó las obras públicas para facilitar trabajos a los desempleados varones, sin embargo, ¿qué iba a pasar con las mujeres, muchas de las cuales no tenían más remedio que actuar como cabezas de familia?

En el estado de Kentucky, en los montes Apalaches, la población era rural, dispersa y empobrecida; muchos de sus habitantes, analfabetos, nacían y morían en sus cabañas sin haber abandonado nunca aquellos valles y montañas; por eso, alguien pensó que facilitarles cultura podría ser una actividad retribuida adecuada para mujeres. Escribe Concha Martínez: "Tal vez un libro pudiera abrir nuevas y amplias ventanas al mundo y a la imaginación, no solo para escapar de la dureza de la realidad sino también para encontrar nuevas maneras de afrontarla. Era el momento de hacer llegar los libros hasta aquellos recónditos lugares".

Las mujeres que desempeñasen ese servicio debían saber leer y escribir, disponer de un caballo o mula con alforjas para los libros y realizar varias salidas a la semana de unos treinta kilómetros, entre las granjas y escuelas dispersas por el territorio, y a cambio recibirían veintiocho dólares mensuales. Un día a la semana se reunían para compartir experiencias, reparar los libros deteriorados y recortar noticias de los periódicos que luego leerían en voz alta en sus lugares de destino. Cuando cesó el servicio a causa de la Segunda Guerra Mundial, más de mil bibliotecarias a caballo cubrían una extensión de 16.000 kilómetros cuadrados.

Señala la autora como los libros de aventuras eran los más demandados, pero también textos sobre educación, higiene, salud, hogar, cultivos o maquinaria. La llegada de las bibliotecarias interrumpía la soledad de aquellos lugares y, en ocasiones, lo que hacían era leer en voz alta un fragmento literario, la prensa o la correspondencia que se había recibido y sus destinatarios no sabían leer.

Concluye Concha Martínez recordando como, "leemos para aprender y soñar, para ausentarnos y hacernos presentes, por disfrute o por necesidad, para salir del mundo y para entenderlo mejor, como introspección y en soledad pero también en compañía, creando vínculos".

El papa Francisco, en su carta de 17 de julio de 2024, sobre el papel de la literatura en la formación, expone no menos de veinte argumentos que hacen aconsejable la lectura y -sorprendentemente para mí- con especial mención de la poesía. Hoy, en un tiempo de gran pobreza intelectual, en el que todo parece reducirse a la política, el dinero y el sexo, encuentro que poner libros al alcance de nuestros amigos y conocidos es un detalle de cariño y de caridad, aunque en ocasiones ellos mismos no se den cuenta.

Juan Ignacio Encabo Balbín
Concepción Martínez, Bibliotecarias a caballo, A fin de cuentos, 2022.
C.Martínez Pasamar, Nuestro Tiempo, abril 2024.
Christopher Morley, La librería ambulante, Periférica, 2012.