“Spes non confundit”. La esperanza nunca se pierde, pero qué bien nos viene que nos lo recuerden. En este año santo denominado de la esperanza, tendremos siempre más cerca, más dentro, ese impulso, esa seguridad, esa alegría que procede no de cálculos humanos sino de la confianza en Dios. Por eso el Papa Francisco nos conduce hacia esa alegría de fondo de saber que Dios está siempre con nosotros.
Humanamente es fácil ver dificultades, tener dudas, porque hay muchos datos para estar, como mínimo, un tanto preocupados. Oyes las noticias y tenemos la impresión de que las guerras nos rodean y que no es difícil temer otra guerra mundial. Nos preocupa, nos da mucha pena, ver cómo están en tantos países, Ucrania, Israel, Palestina, Siria, etc., con ataques, con explosiones, con muertos, heridos, destrucciones. Y todo, casi siempre, por un fondo de odios, que es lo único que les mueve a los muchos musulmanes implicados, o un empeño de crecimiento y enriquecimiento, como le pasa a Rusia con Ucrania. Injusticias manifiestas que hacen sufrir a miles de inocentes.
Pero la preocupación en Occidente es más grave: fallan los principios más básicos, se destroza la moral más elemental, se olvida lo único verdaderamente importante que es la trascendencia, de manera que cada vez nos encontramos con más personas a las que no les dice nada la religión y, como algo muy unido, los planteamientos morales más elementales. Y además se hace campaña de eso, se manifiesta como una meta conseguida o por conseguir.
Pero hay esperanza. La esperanza es lo último que se pierde, lo hemos dicho muchas veces y es así. Es lo que nos salva y tenemos un año por delante para afianzarnos en esa paz interior que supone creer en Dios, vivir con un fin último trascendente. Esto no nos lo quita nadie, y hay muchas personas que sufren la guerra y los desastres naturales, pero que no pierden la paz, porque se saben en manos de Dios, pase lo que pase.
Hay mucha inmoralidad en nuestra sociedad, no hace falta buscarla en otros sitios, pero hay muchas evidencias de gente buena. Esos buenos cristianos que viven cara a Dios, con unas familias que tienen, como lo más natural, una vida de piedad atrayente. Tantos ambientes notoriamente cristianos, en donde rebosa la alegría, la generosidad.
Solo con ver las familias numerosas en tantos ambientes cristianos somos más conscientes de que podemos vivir de esperanza, hasta humanamente, porque bien sabemos que están empapados por la fuerza de la caridad, del auténtico amor. Amor de Dios que se refleja enseguida en el amor a los demás.
Eso provoca, sin duda, un ambiente de esperanza. Y es por eso por lo que quienes conocemos a Jesucristo tenemos una urgencia, una prisa lógica por dar a conocer lo bueno, la maravilla que es la vida de la gracia.
Vivimos de esperanza, porque los que están lejos de Dios no se casan o, aunque se casen, no tienen hijos, normalmente es más fácil que tengan perros. Por lo tanto, los tristes sin fe no llevarán a otros su tristeza, salvo a sus vecinos. Los que viven la alegría de la fe tienen hijos, que llevarán la esperanza a todos los rincones. Es indudable, aun cuando vemos tanta oscuridad, tenemos suficientes puntos de luz como para estar contentos.
Ángel Cabrero Ugarte