«La esperanza es cierta, nos la da el Padre de la Verdad. Discierne lo bueno y lo malo. No rinde culto a lo óptimo (no cae en el optimismo) ni se cree segura en lo pésimo (no es pesimista). Porque la esperanza discierne entre el bien y el mal, es combativa; y combate sin ansiedad ni obcecación, con la firmeza de quien sabe que corre a una meta segura, como esperanzadamente lo dice el autor bíblico: «corramos, con constancia, en la carrera que nos toca, renunciando a todo lo que nos estorba y al pecado que nos asedia» (Heb 12,1).