Ya no quedan osos polares en la Isla del Oso.
O, al menos, eso le dijo su padre el día que se trasladaban al Ártico, donde él iba a trabajar durante los siguientes seis meses. Pero un atardecer, a April le parece ver una enorme silueta en el horizonte.
Recortado contra el sol, algo se mueve. Sucede en un abrir y cerrar de ojos. Algo grande que avanza a grandes pasos y totalmente inesperado. April vuelve a parpadear. Sea lo que sea, ya no está. Pero podría jurar que acaba de ver un oso polar.