Este bello libro, con ilustraciones de Asunción Balzola, supone la recuperación de un clásico de la literatura de los años sesenta. Las noches del gato verde (1963) no es un relato infantil: es un relato para niños. Y para los que no lo son tanto. Es además una historia de niños, de animales y de circunstancias escrito por una autora que creía en los niños, adoraba a los animales y vivía las circunstancias. A Elisabeth Mulder, el animal que menos afecto le inspiraba era la serpiente, y quizá por eso una de ellas se convirtió en protagonista de esta historia. Es Palmira, una serpiente grandota, mansa y casi humana. La sucesión de personajes, niños, adultos o animales, sus vidas, sus relaciones y sus sueños hacen que esta obra siempre merezca una segunda lectura.
Comentarios
Es un libro para niños (dicen). Lo quería leer no sé muy bien porqué, seguramente por la maravillosa edición de Siruela. El otro día un amigo ingeniero me decía que el libro desaparecerá, será sustituido por el libro electótronico; imposible. Le intenté razonar mis argumentos, pero ahora lo percibo todo mucho más claro. Cuando pasamos páginas estamos realizando un ejercicio muy profundo. Al tiempo que lo hacemos dejamos pasar las vidas de los personajes, que van avanzando, como también van quedando atrás fragmentos de nuestras vidas y se va abriendo paso el futuro haciéndose presente con ese sencillo acto. El libro es, quizá, la mejor metáfora de la vida.
Y vuelvo al libro, perdonad la disgresión. "Las noches del gato verde" es una delicia de lectura. Está escrito con una prosa prodigiosa por medio de un narrador, Miguelín, que es un niño de diez años. Éste dice cosas tan sensatas como que todos los parientes son feos y antipáticos. Pero el caso es que Miguelín ve cosas que los demás no ven; los animales le hablan, las plantas le hacen gestos... Pero claro, sus padres le prohíben terminantemente ver y oír todo eso porque no es normal, le hace distinto y eso es peligroso... A mí se me ocurría que era una metáfora perfecta de los destroza-talentos, tan abundantes en nuestra pragmática sociedad. En la educación se ve mucho: cuando un chaval tiene talentos o es diferente, hay que corregirlo, no vaya a ser que nos salga poeta, o que se le pase por la cabeza eso de estudiar humanidades. La gente que es diferente es diferente desde unos parámetros muy particulares, y si nosotros no tenemos la suerte de conmovernos con el canto de los grillos, será problema nuestro.