El monoteísmo significó una ruptura con respecto a la idea religiosa del más allá: Dios se encuentra presente no como el titiritero que maneja los hilos desde arriba, sino como el Dios que retrocedió más allá de lo creado, incluso de los cielos. La paradójica realidad de Dios es que su presencia es la de un ausente, la de un Dios que no se deja asimilar como dios. Al fin y al cabo, el Dios bíblico nunca fue homologable a lo que la conciencia religiosa entiende espontáneamente por divino.