Aleksandr Zhilin no es un soldado ejemplar, es un mero intendente obligado a comerciar con carburantes para sobrevivir; vende, sin escrúpulo alguno, tanto a los chechenos como a los federales, ya que, en esta terrible confrontación, el dinero es el único denominador común. Una remota leyenda caucásica cuenta que Asán era un ser alado y sangriento cuyo rastro parece haberse desvanecido con el tiempo, pero que resurge a través del santo y seña de los insurgentes, «Asán ansía sangre».