Amador Guallar se vió obligado a aterrizar en Afganistán en 2008 con un contrato precario en una productora audiovisual local de dudosa reputación; el peaje necesario para emprender la aventura, sin duda descabellada, de convertirse en corresponsal de guerra y de hacerlo directamente sobre el terreno.
Acabó viviendo diez años allí.