Leyendo el discurso de Benedicto XVI dirigido a La Sapienza resulta fácil evocar la figura de Pablo en el Areópago de Atenas. Como el apóstol de las gentes, el Papa ha aceptado exponerse ante un auditorio en el que se mezclan la apertura y la sorna, la dureza de corazón y la seriedad humana, el drama y la frivolidad. El testimonio de Pablo plantó los cimientos de una amistad indestructible entre fe cristiana y filosofía.