En las conversaciones entre adultos es un lugar común el comentar lo rápido que pasan los días, los meses, los años. Acaba la Navidad y, casi sin darnos cuenta, llega la siguiente. La estabilidad que se alcanza en la madurez de la vida hace que, salvo excepciones, cambien pocas cosas. Cuando faltan las novedades el tiempo pasa más deprisa. Por eso, una de las características de la niñez, etapa en la que cada minuto es un descubrimiento, es que no hay un día igual a otro. Cada día encierra un mundo completo.