Marcada por la fragmentariedad, las interrupciones y los grandes interrogantes ante un futuro incierto, la vida de Dietrich Bonhoeffer tuvo su mejor plasmación en una concepción teológica atenta precisamente a lo fragmentario, cuyo acabamiento, escribió, «solo puede ser obra de Dios: son fragmentos que deben ser fragmentos». Sin embargo, es posible hallar en esta existencia una convergencia que permite captar la totalidad en las partes.