El Espíritu Santo es inasible, no tiene nombre ni rostro.
A la hora de buscar argumentos que permitan acercarse a su misterio, surge un dato fundamental: es cada persona la que da rostro al Espíritu cuando vive bajo su guía dentro de la tradición eclesial.
A lo largo de estas páginas el autor invita a aproximarse al Espíritu desde distintas perspectivas cuyo denominador común es la relación. Así, el Espíritu es contemplado en medio de la Trinidad, actuando en la Iglesia, ejerciendo su paternidad espiritual o siendo compañero de camino en la vida cristiana.