Ramoneda, ¿machadiano?, conversa con el hombre que siempre va consigo, y con Dios, y con sus amigos, aun ausentes; percibe la grandeza de lo pequeño: escucho la vocecita de un niño, / las lluvias generosas de abril [?] / la higuera, el ciruelo, la parra, el chopo..., y sufre por la soledad ajena. Su poesía es un grito silencioso de amor. Y un ritornello: No se puede vivir sin la belleza.