Al comienzo de un nuevo milenio es normal que el hombre se cuestione en qué cifra su esperanza humana (individual y colectiva). Y la pregunta es especialmente pertinente en este tiempo nuestro, marcado por Hiroshima y Auschwitz, Yugoslavia y Ruanda. Ante estos acontecimientos, ¿tiene razón de ser la esperanza humana? ¿En qué podemos basarla, después de tales atrocidades?