Tengo quince años y escribo en el cuarto de los aperos, sobre una mesa que mi abuelo ha improvisado con cuatro maderas y que cojea con el movimiento de la mano. Hace frío, la nieve acecha las casas enjalbegadas. Me gusta meterme aquí y oír el murmullo del río, ver el cuerpo de mi abuela arrojando a los gatos tacos de tocino y restos del arroz del mediodía, con el cuerpo tan doblado que parece un compás. A esta edad uno sueña con grandes cosas. Grandes planes que uno piensa cumplir a rajatabla.