Diste, hace mucho, un fósil a tus hijos;
era un molusco o un pez, no lo recuerdas,
traído de algún viaje. Lo que importa
es que fue a aposentarse entre sus libros
de Roald Dahl, sus legos, sus monedas,
y en las tardes de lluvia y chocolate
posaba para ellos. Sobre el hule
de la mesa, su lápiz iba hendiendo
un cerco irregular y en ese trazo
leían, sin saberlo, las edades
del mundo: el modo en que silencio y sombra
labran un sedimento, lo asimilan
a esa roca que al cabo es rescatada
por la erosión, y ve la luz.