En la enorme variedad de culturas y formas de vida, toda existencia humana ha sido y sigue siendo, en términos religiosos o profanos, consciente o inconscientemente, un intento, un experimento, una apuesta por salir del laberinto que es la vida humana. Pero es importante no olvidar, como subrayaba Michel Foucault, que «el laberinto, más que el lugar donde uno se pierde, es el lugar de donde uno siempre sale perdido». De algún modo, el persistente deseo de salir de él ya es la salida.