El tiempo de Don Bosco fue durísimo. Italia y el mundo europeo en su totalidad se enfrentaban a la sociedad sin cristianismo, al embate de los grupos secretos como los masones y el aparente triunfo de la razón sobre todos los misterios de la vida humana. Sin esperar días más propicios, navegando contra la corriente, superando, incluso, las opiniones de la buena gente que hubiera querido a Don Bosco en el manicomio, este sacerdote aferrado en la fe a Jesucristo, tomó la iniciativa para erigir sociedades de vida religiosa, educar a los vagabundos, siempre con una sonrisa en sus labios.