El tiempo de Don Bosco fue durísimo. Italia y el mundo europeo en su totalidad se enfrentaban a la sociedad sin cristianismo, al embate de los grupos secretos como los masones y el aparente triunfo de la razón sobre todos los misterios de la vida humana. Sin esperar días más propicios, navegando contra la corriente, superando, incluso, las opiniones de la buena gente que hubiera querido a Don Bosco en el manicomio, este sacerdote aferrado en la fe a Jesucristo, tomó la iniciativa para erigir sociedades de vida religiosa, educar a los vagabundos, siempre con una sonrisa en sus labios.
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San Juan Bosco fue uno de los grandes santos del siglo XIX. Un regalo de Dios a la Iglesia en un siglo convulso. La misión que Dios encomendó a este sacerdote italiano fue la educación de la juventud abandonada, víctima de los procesos de industrialización y urbanización. Sus grandes armas fueron la devoción a María Auxiliadora y el amor a los niños. Hugo Wast hace un relato paralelo de la labor de Don Bosco y del proceso de unificación italiana que tuvo como gran perjudicado al Papa, al que le fueron arrebatados los Estados Pontificios.
El libro se lee muy bien porque, sin querer agotar la materia –las anécdotas sobre Don Bosco son innumerables- el autor va dibujando cuadros que nos permiten seguir los episodios más importantes en la vida del sacerdote junto a los hechos históricos que transcurrían a su alrededor. No deja de asombrarme el paralelismo entre la vida de San Juan Bosco y la de San Josemaría Escrivá un siglo después. Ambos carecían de medios económicos. Los dos contaron en su labor pastoral con la ayuda de sus madres: Mamma Marguerita y la abuela Dolores. Los dos fundaron una rama de mujeres por impulso de Dios, sin haberlo deseado previamente. Don Bosco lo hizo con la colaboración de la joven María Mazzarello. Ambos dieron suma importancia al trabajo; así Don Bosco puso en marcha infinidad de talleres para que los jóvenes tuvieran un oficio. Los dos se enfrentaron a exigencias jurídicas nuevas para obtener la aprobación de la Iglesia y tuvieron que esforzarse contra los enemigos de fuera, pero también de dentro, "putantes obsequium prestare Deo". Ambos siguieron la misma línea de conducta: "Trabajar sin descanso para servir a la Iglesia y a las almas". Por último los dos experimentaron el terremoto que supuso un Concilio Universal en sus vidas. San Juan Bosco fue contemporáneo del Concilio Vaticano I y San Josemaría lo fue del Concilio Vaticano II. Durante el primero de ellos Pío IX previó que pudiera declararse el dogma de la infalibilidad pontificia en las materias de fe y de moral. Aquello causó un gran alboroto. El Pontífice había perdido sus territorios y vivía en Roma rodeado por las tropas del Reino de Italia: ¿Era ese el mejor momento para declararse infalible, o se trataba simplemente de un desquite moral, de una vanidad? Los Obispos no eran acordes respecto de esta cuestión. Para unos la infalibilidad se había creído siempre por lo que no existía dificultad para su declaración dogmática. Otros se oponían. Finalmente estaban los "inoportunistas", los cuales consideraban que el momento no era el oportuno. Pio IX declaró: "Un Concilio tiene tres fases: A) La del diablo. B) La de los hombres y C) La del Espíritu Santo. Estamos en la época del diablo" (pág.362). Es una lástima que nadie nos recordase estas sabias palabras del Pontífice cuando la Iglesia pareció venirse abajo con motivo del Concilio Vaticano II. Es sabido que Dios enviaba a Don Bosco sueños y visiones para manifestarle su voluntad o aquellos hechos que habrían de ocurrir en el futuro. Hugo Wast reproduce la revelación que tuvo el Santo en 1870 y que envió al Pontífice. En ella se anunciaba la ruina de París, la guerra franco-prusiana y la pérdida de Roma a manos del estado italiano: "¡Roma afeminada! La guerra, la peste, el hambre son los flagelos con que será castigada la soberbia y la malicia de los hombres. Y vosotros sacerdotes, ¿por qué no corréis a llorar entre el vestíbulo y el altar pidiendo la suspensión de los castigos?". La guerra, la peste, el hambre, ¿qué tendríamos que decir hoy sobre las múltiples guerras, las enfermedades y la crisis económica?