La vida cristiana se desarrolla como un caminar entre las realidades del mundo presente. Los cristianos han sido siempre conscientes de vivir en este mundo, pero con la mirada puesta en el más allá. Esto se refiere, lógicamente, a la mayoría de los cristianos, a los que el Concilio Vaticano II les ha recordado la llamada a la santidad, teniendo la «secularidad» como «índole propia» de los laicos (cfr. Constitución Dogmática Lumen Gentium 31).