Cuando era todavía un joven escritor huido de la Rusia de la Revolución, y totalmente desconocido, William Gerhardie escribió una carta llena de admiración a Edith Wharton y ella le invitó a su villa en Hyères. Gracias a su educación –era hijo de ricos industriales ingleses instalados en San Petersburgo– el timidísimo Gerhardie logró mimetizarse entre los ilustres invitados de la mansión y no habló con nadie durante casi dos días, hasta que se atrevió a preguntar a su corpulenta vecina de mesa quién era la dueña de la casa y se oyó un aterrador y frío «Soy yo».