Es propio de los estados totalitarios y de las tiranías que no tengan sentido del humor. Y eso por más que algunos gobernantes se esfuercen por esbozar una continua sonrisa que puede degenerar en hernia. Por eso Zóschenko, que en plena época estalinista se dedicaba a entretener a las masas con sus cuentos, narrados en voz alta y ante un auditorio abierto, no las tuvo todas consigo.