Es propio de los estados totalitarios y de las tiranías que no tengan sentido del humor. Y eso por más que algunos gobernantes se esfuercen por esbozar una continua sonrisa que puede degenerar en hernia. Por eso Zóschenko, que en plena época estalinista se dedicaba a entretener a las masas con sus cuentos, narrados en voz alta y ante un auditorio abierto, no las tuvo todas consigo. El gobierno soviético, ahora podemos llamarlo tiranía, porque la distancia ha puesto las cosas en su sitio y ya no queda retrógrado decir que la Unión Soviética ha sido uno de los pecados mayores del siglo XX, lo expulsó de la Unión de Escritores. Ni siquiera cuando el buen hombre intentó reconducirse escribiendo un relato en el más puro y oficial "realismo soviético", logró ser rehabilitado.
Edición | Editorial | Páginas | ISBN | Observaciones |
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2005 | El Acantilado |
164 |
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Comentarios
La caída del muro ha permitido sacar de entre los escombros de aquella parafernalia estos relatos que provocaban carcajadas en sus nutridos auditorios y permitían escapar mentalmente de la utopía comunista.
Zóschenko parte de situaciones cotidianas y con fina ironía describe las contradicciones de la sociedad. El relato titulado “Ver para creer”, es un buen ejemplo del hacer de Zóschenko. Un campesino va a cobrar al banco y se encuentra con que los nuevos billetes ya no llevan la efigie del zar sino el retrato de un mujik. Piensa, “por fin gobiernan los nuestros”. Y quiere que le traten conforme a la dignidad de quien ha cedido su rostro para un billete. Pero no es así y, después de provocar nos pocos escándalos acaba siendo denunciado en la policía. La conclusión del hombre de campo es cristalina: “¡Mienten, los malditos!”.
A pesar de ese carácter circunstancial de algunos relatos, que vierten sutiles críticas a los primeros años de la Revolución, los cuentos de Zóschenko son intemporales. Algunos él mismo los ha acabado con una moraleja, otros no, pero en todos se descubren los secretos del alma que son propios de los hombres de todos los tiempos. Es por ello que su obra sigue teniendo plena actualidad y que, incluso, pueda leerse sin conocer el contexto peculiar en que fue producida.
Queda esa gran enseñanza de que, incluso en las peores circunstancias, el hombre grande sabe reírse sanamente de sí mismo. Eso no lo es todo pero ayuda a mantener un cierto equilibrio psicológico.