Este libro -sencillo, original, muy ingenioso- es un canto a la tradición educativa de nuestra civilización occidental. Pregona una huida de los programas sofisticados de la nueva pedagogía y defiende una vuelta a la sencillez de los grandes libros, de las disciplinas humanísticas, de la búsqueda de la verdad de las cosas, que hacen que el hombre sea hombre, señor de sí, y no siervo de las circunstancias.
Edición | Editorial | Páginas | ISBN | Observaciones |
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2007 | Ediciones Encuentro |
239 |
9788499200811 |
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En mi opinión, al libro le "pesan" en la actualidad, las páginas dedicadas al marxismo, que entonces todavía tenía importancia como mercancía vendible. Después de la caída del bloque soviético, los jóvenes (a los que se dirige el libro) ya no se encuentran el marxismo como una oferta intelectual seria.
De un discípulo de C.S. Lewis y admirador de Chesterton cabía esperar un brillante ensayo. La sorpresa, pues, no me la ha producido la precisión de la prosa, ni la belleza, ni la lucidez del pensamiento, realmente presentes a lo largo de todo el libro. También era lógico esperar un ensayo de corte humanista y cristiano, polémico, irónico y directo. Y así es.
Lo sorprendente ha sido la actualidad que posee este libro escrito hace treinta años. Derrick denuncia dos carencias de la educación; la falta de convicciones (afirma rotundamente que sin ellas no se puede educar, y no valen parches) y la necesidad de volver a una educación para la vida, para la excelencia, donde se deben cultivar especialmente la retórica y la oratoria. El alumno ya recibirá la educación especializada, servil, que le prepare para un trabajo, que le proporcione las herramientas y destrezas para desempeñar un oficio. Enseñémosle la libertad, por tanto.
Puede sonar un poco utópico todo este planteamiento, pero Derrick justifica la edición del libro con todas sus reflexiones porque ha encontrado un college donde todo esto ocurre de alguna manera.
A lo que Derrick nos anima es a volver a uin aenseñanza que muestre a nuestros alumnos, hijos o amigos a danzar con la vida, a disfrutar del arte y a ser capaces de mantener conversaciones inteligentes, escribir textos maduros y recitar poemas de memoria; a mirar el mundo, a las personas y las ideas sin prejuicios; a elegir lo mejor y a desarrollar sus talentos; no frustremos sus capacidades con el servilismo de la eficacia, el pragmatismo y la vaciedad espiritual. ¡Menudo reto para quienes se dedican a la educación! Y esos, al cabo, somos todos.
Por cierto, cómo me ha recordado este libro a otro ensayo maravilloso que denunciaba hace ya más de un siglo la estúpida educación que estamos llegando a dar; hablo de "Ariel", de Rodó. Disfrutaréis de ambas lecturas, complementarias y enriquecedoras.