Antes los duendes recolectaban, comían y vivían de las bayas y las setas que encontraban en los bosques. Pero como ahora los humanos están cogiéndolas y arrasan con todo, ellos se ven obligados a robar comida... Llega el frío y el cámping al que suelen acudir queda desierto en invierno. Esto les ha creado un grave problema: tienen mucha hambre y deben sobrevivir. Finalmente, en una caravana logran encontrar algo de alimento, pero unos malvados duendes a las órdenes de un duende albino se lo roban.
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Cornella Funke (Dorsten, 1958) constituye uno de los mejores ejemplos de buena escritora de literatura infantil que, además, ilustra sus propias narraciones. Gracias a Siruela, disponemos de varios libros de esta alemana, como El jinete del dragón, Corazón de tinta y Sangre de tinta.
En No hay galletas para los duendes, nos encontramos con un argumento de carácter ecológico (en el buen sentido): los duendes que habitan los bosques se están quedando sin sus alimentos naturales porque los humanos se lo están cargando todo. Consiguientemente, comienzan a robar comida de un camping. Pero al llegar el invierno, dicho lugar se queda más yermo que el cerebro de Zapatero, de manera que la búsqueda de alimentos se vuelve dramática. Y cuando por fin encuentran más, unos duendes caídos en el lado oscuro de la fuerza (por decirlo de alguna manera) se lo roban. Primera moraleja: al principio, el mal siempre gana. Nada nuevo, lo hemos visto miles de veces y lo seguiremos viendo hasta que el sol se apague. La clave está en qué se hace a partir de ese momento. Y los duendes buenos (atención a los nombres: Bisbita, Cabeza de Fuego y Sietepuntos) reaccionarán ante el mal, sin pactar con él. Cosas de duendes…
La obra es de lectura amena y entretenida, e incluso moralizante hasta cierto punto, algo de esperar en este tipo de literatura. La moralización es recomendable cuando va por buen camino, como es el caso, de manera que la presente novela es una opción más que correcta para la edad indicada.