Cuando se presenta históricamente el sexenio revolucionario parece inevitable que se deba caer en lugares comunes que apologistas y detractores de la «Gloriosa» repiten hasta la saciedad. Huyendo del maniqueísmo, porque es una actitud antihistórica, hay que reconocer que la revolución de 1868 provocó un desorden e inestabilidad políticos sin precedentes porque se probaron todas las experiencias posibles. Pero no puede negarse que dicho sexenio fue un hito fundamental de nuestra historia contemporánea, que contribuyó sensiblemente a la madurez política del pueblo español y que ha condicionado hasta nuestros días el desarrollo social, cultural y económico del país. Fue una revolución liberal-burguesa, de la cual no estuvieron exentas las masas populares. Para la Iglesia fue una sacudida impresionante, altamente positiva, porque incidió decisivamente sobre las viejas estructuras eclesiásticas y obligó a buscar nuevos métodos de evangelización, en momentos de transformación social. La Restauración frenó este proceso y devolvió a la Iglesia su perdido protagonismo en el seno de la sociedad española.
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Extenso y documentado trabajo que, a pesar de los años transcurridos desde su edición, sigue siendo un punto de referencia obligado para el conocimento del siglo XIX.