Es la aguja de marear del cristiano del siglo XXI (y de los que vendrán después) para navegar en el proceloso mar de la postmodernidad.
De obligadas relecturas periódicas para cualquier cristiano.
Esta Exhortación Apostólica de Juan Pablo II se ha convertido en el Programa de la Iglesia para el Tercer Milenio, planteando a todos los cristianos de todas las latitudes, la santidad como relación fontal con Dios. En definitiva una vuelta a la espiritualidad de los primeros años del cristianismo. Su lectura es muy apropiada para el año de San Pablo inaugurado por Benedicto XVI.
Frecuentemente me he preguntado cómo llegan a la vida de la Iglesia las exhortaciones y enseñanzas de los Romanos Pontífices. Esta pregunta es especialmente significativa en el caso de la Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte. Novo Millennio Ineunte es el verdadero testamento de Juan Pablo II a la Iglesia. En su Carta el Pontífice señala la gracia que ha supuesto la celebración del Jubileo del segundo milenio cristiano, da directrices para el nuevo milenio que comienza y se vuelve a Jesucristo para contemplar su rostro humano y divino. "Nos espera una apasionante tarea de renacimiento pastoral" –escribe- y relaciona los pasos que ha de seguir este camino de nueva evangelización: A) Pedagogía de la santidad. B) La comunidad cristiana escuela de oración. C) La Eucaristía dominical y el día del Señor. D) Reconciliación y penitencia. E) Primacía de la gracia sobre la acción. F) Escucha y anuncio de la palabra de Dios. El apartado cuarto de la Carta es una dulce llamada a la caridad y al espíritu de comunión: En la Iglesia, hacia los hermanos separados y finalmente a todos los hombres "proyectándonos hacia la práctica de un amor activo y concreto con cada ser humano". Dentro de la Iglesia, y como ya había pedido el Concilio Vaticano II, se trata de pasar de una iglesia estamental a una comunidad de fe y amor en la que todas las vocaciones –también la del laicado- tengan su lugar propio en base a la igualdad fundamental de todos los bautizados. El Pontífice no hace distinción en sus recomendaciones entre clérigos y laicos, a todos se dirige por igual. Sin embargo se repiten las referencias a las comunidades cristianas, ya sean como Iglesias particulares (diócesis), parroquias, o bien como comunidades y grupos cristianos. En algún momento las califica como "espacios de comunión". Si volvemos la mirada a la vida de Jesús recordaremos cómo eran muchedumbres los que le seguían, pero sólo a unos pocos llamó "mi pequeño rebaño". No podemos conformarnos con pertenecer a la muchedumbre anónima que sigue a Jesús de lejos, sino aspirar a ser de aquellos que escucharon: "Donde están dos o tres reunidos en mi nombre allí estoy en medio de ellos". El cristiano no vive de espaldas al mundo y Juan Pablo II hace una llamada específica a los laicos para desarrollar una conciencia ecológica, comprometerse en la defensa de los derechos humanos y de la vida, así como para atender a las nuevas y viejas pobrezas. ¡Duc in altum! Con la autoridad de Jesucristo Juan Pablo II invita a los cristianos de hoy a tener el mismo entusiasmo misionero que tuvieron los primeros cristianos. Poder decir como los discípulos de Emaús: ¡Hemos visto al Señor!
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Es la aguja de marear del cristiano del siglo XXI (y de los que vendrán después) para navegar en el proceloso mar de la postmodernidad.
De obligadas relecturas periódicas para cualquier cristiano.
Esta Exhortación Apostólica de Juan Pablo II se ha convertido en el Programa de la Iglesia para el Tercer Milenio, planteando a todos los cristianos de todas las latitudes, la santidad como relación fontal con Dios. En definitiva una vuelta a la espiritualidad de los primeros años del cristianismo. Su lectura es muy apropiada para el año de San Pablo inaugurado por Benedicto XVI.
Frecuentemente me he preguntado cómo llegan a la vida de la Iglesia las exhortaciones y enseñanzas de los Romanos Pontífices. Esta pregunta es especialmente significativa en el caso de la Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte. Novo Millennio Ineunte es el verdadero testamento de Juan Pablo II a la Iglesia. En su Carta el Pontífice señala la gracia que ha supuesto la celebración del Jubileo del segundo milenio cristiano, da directrices para el nuevo milenio que comienza y se vuelve a Jesucristo para contemplar su rostro humano y divino. "Nos espera una apasionante tarea de renacimiento pastoral" –escribe- y relaciona los pasos que ha de seguir este camino de nueva evangelización: A) Pedagogía de la santidad. B) La comunidad cristiana escuela de oración. C) La Eucaristía dominical y el día del Señor. D) Reconciliación y penitencia. E) Primacía de la gracia sobre la acción. F) Escucha y anuncio de la palabra de Dios. El apartado cuarto de la Carta es una dulce llamada a la caridad y al espíritu de comunión: En la Iglesia, hacia los hermanos separados y finalmente a todos los hombres "proyectándonos hacia la práctica de un amor activo y concreto con cada ser humano". Dentro de la Iglesia, y como ya había pedido el Concilio Vaticano II, se trata de pasar de una iglesia estamental a una comunidad de fe y amor en la que todas las vocaciones –también la del laicado- tengan su lugar propio en base a la igualdad fundamental de todos los bautizados. El Pontífice no hace distinción en sus recomendaciones entre clérigos y laicos, a todos se dirige por igual. Sin embargo se repiten las referencias a las comunidades cristianas, ya sean como Iglesias particulares (diócesis), parroquias, o bien como comunidades y grupos cristianos. En algún momento las califica como "espacios de comunión". Si volvemos la mirada a la vida de Jesús recordaremos cómo eran muchedumbres los que le seguían, pero sólo a unos pocos llamó "mi pequeño rebaño". No podemos conformarnos con pertenecer a la muchedumbre anónima que sigue a Jesús de lejos, sino aspirar a ser de aquellos que escucharon: "Donde están dos o tres reunidos en mi nombre allí estoy en medio de ellos". El cristiano no vive de espaldas al mundo y Juan Pablo II hace una llamada específica a los laicos para desarrollar una conciencia ecológica, comprometerse en la defensa de los derechos humanos y de la vida, así como para atender a las nuevas y viejas pobrezas. ¡Duc in altum! Con la autoridad de Jesucristo Juan Pablo II invita a los cristianos de hoy a tener el mismo entusiasmo misionero que tuvieron los primeros cristianos. Poder decir como los discípulos de Emaús: ¡Hemos visto al Señor!