La tradición forma parte de la atmósfera espiritual que nos permite ser quienes somos: la tradición es condición de humanidad.
La Tradición de la Iglesia se apoya en el sentido antropológico de la tradición y en sus relaciones específicas con la razón y el tiempo, y se presenta como la autoentrega de Dios a los hombres por medio de Cristo en su Iglesia. A partir de este sentido fundamental es posible ofrecer una respuesta actual a cuestiones clásicas de la teología de la tradición: su relación con la Escritura; la Tradición apostólica y las tradiciones eclesiales; el dogma, etc.
En la presente obra se abordan buena parte de esas cuestiones a la luz del Vaticano II y de la teología del s. XX.
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La noción teológica de tradición es enormemente rica y compleja. Comparte con toda tradición humana la necesaria relación a un determinado marco espacio-temporal, gozando también de una función antropológica y social como factor indispensable en la formación de la autoconciencia de los pueblos y en el mantenimiento de la identidad personal. Sin embargo, la tradición en teología posee una problemática muy especial que debe ser investigada con atención. El profesor César Izquierdo ofrece en esta obra una aportación valiosa en esta dirección.
Uno de los objetivos que se propone el autor, y que consigue satisfactoriamente, es el de analizar los factores que han venido contaminando la noción de tradición desde del siglo XVI, alcanzando su punto culminante a partir de la Ilustración: una interpretación unilateral del principio de autoridad, y una racionalidad cerrada y autolimitada que relega la fe al ámbito moral y sentimental, es decir, a la esfera de lo privado y subjetivo. Ese proceso reductivo ha cristalizado en un ficticio juego de oposiciones entre tradición y otras nociones como las de progreso o razón.
La ya clásica tensión entre la postura que entiende la tradición en su sentido más estático y rígido (tradicionalismo), y la que la disuelve en un puro progreso liberado de todo condicionamiento que no sea el propio sujeto (progresismo), no ha disminuido en tiempos recientes, sino que, al contrario, parece haber aumentado debido a la extensión del relativismo cultural y filosófico, así como a una mentalidad hedonista que pone en el progreso científico y tecnológico todas sus esperanzas. Como señala Izquierdo, «tradicionalismo y progresismo hacen saltar por los aires la unidad del tiempo. Para unos, en el pasado está todo; para los otros es solamente el futuro lo que hay que procurar» (p. 14). Esos adjetivos tradicional, progresista son empleados frecuentemente como armas arrojadizas para la propia autoafirmación o para anular al adversario. Este ambiente enrarecido –no pocas veces marcado por posicionamientos ideológicos , reclama un espacio libre de prejuicios que haga posible un análisis equilibrado y neutral.
La obra se divide en ocho capítulos que podrían estructurarse en dos grandes apartados. En los cuatro primeros se hace un repaso de algunos momentos históricos especialmente significativos en relación a la tradición (orígenes del cristianismo, Edad Media, Concilios de Trento, Vaticano I y Vaticano II, Catecismo de la Iglesia Católica, Encíclica Fides et ratio) y se analizan las aportaciones de J.A. Möhler y de M. Blondel a la Teología de la tradición, para terminar con un interesante y documentado análisis del caso Lefebvre (Cap. IV. La tradición como “argumento”).
Los cuatro capítulos siguientes son de naturaleza más sistemática y tratan aspectos más teológicos: las relaciones entre fe, razón y tradición (Capítulo V: La “autoridad” en el conocimiento: racionalidad, fe y tradición); la dimensión trinitaria de la tradición (Capítulo VI); el lugar de la tradición en la Iglesia (Capítulo VII); y la importante y compleja relación entre tradición y fórmulas dogmáticas (Capítulo VIII).
Aunque el autor no pretende ofrecer un estudio completo, debe reconocérsele el mérito de haber logrado una notable unidad expositiva. Al reunir en un volumen este conjunto de trabajos anteriores que estudian la tradición desde diversos ángulos y perspectivas, facilita al lector un acercamiento a esta cuestión desde una amplia y rica panorámica.
La lectura de esta obra muestra cómo la tradición de la Iglesia se inserta en la dinámica normal del ser humano y, más concretamente, en el movimiento de relaciones que se establece entre el recibir y el transmitir tan característico de la existencia humana en todos sus niveles: familiar, cultural, social, lingüístico, etc. En ese sentido, no puede hablarse de cristianismo ni de Iglesia sino en el contexto de una tradición que ha sido recibida y que se ha de transmitir.
También resulta especialmente interesante la aproximación que el autor realiza a la noción de tradición desde el misterio trinitario (Capítulo VI: Dimensión trinitaria de la tradición). Sólo desde una comprensión auténticamente teológica se evita el riesgo de que la noción de tradición pueda quedar reducida a algún aspecto parcial. Este recentramiento teologal permite además comprender la tradición en términos de comunión: «La comunión íntima de las Personas tiene su reflejo en la creación y en el tiempo a través de las misiones del Verbo y del Espíritu, reflejo que alcanza también a la realidad de comunión que es la Tradición» (p. 260).
A los dogmas, entendidos como testimonio de la tradición, dedica el profesor Izquierdo el último de sus estudios. La exigencia de aceptación fiel de los dogmas por parte de los fieles no se debe a factores extrínsecos a la verdad que los mismos dogmas expresan o a convenciones circunstanciales provenientes de quien ejerce la autoridad en un determinado momento histórico; la obligatoriedad de las fórmulas dogmáticas se funda «en la incondicionalidad de Cristo que se hace históricamente presente en la vida de la Iglesia», constituyendo «como signos de la presencia del Absoluto en la historia» (p. 261). Expresando realidades absolutas referidas al misterio de Dios, los dogmas son fórmulas lingüísticas humanas, abiertas al intellectus fidei y susceptibles de nuevas expresiones siempre acordes con el sensus fidelium y el Magisterio de la Iglesia.
«Se existe y se vive formando parte necesariamente de un “nosotros”» (p. 13). Y esto es especialmente cierto en el cristianismo. Por eso, la idea que se tenga de tradición marca en su núcleo más esencial todo posible planteamiento teológico, e incluso toda comprensión acerca del cristianismo. Aunque una gran parte de la crítica moderna a la tradición ha sido superada gracias a la hermenéutica y a un mayor conocimiento de las fuentes históricas, sigue siendo hoy necesaria –y el trabajo de Izquierdo realiza en este sentido una contribución apreciable la tarea de liberar a esta noción del halo de sospecha que le ha sido impuesto desde un influyente posicionamiento cultural.