Sin duda a muchos profesores universitarios nos resuenan todavía las palabras de Benedicto XVI en el marco extraordinario de la Basílica de San Lorenzo del Escorial. La ocasión fue la celebración de la JMJ de Madrid. Convocados estaban los profesores universitarios jóvenes, que podían ser de todo el mundo, pues en esas Jornadas los había de los lugares más variopintos. En todo caso no recuerdo que nos pidieran el DNI para comprobar nuestra juventud, pues hubiera sido un poco violento.
Fue un momento espléndido, todo a favor, la basílica llena, los profesores con sus trajes académicos, lo que aportaba un colorido precioso; la iglesia, recién restaurada, resplandecía con sus mejores brillos. Y todos esperábamos con impaciencia lo que el Papa podría decirnos.
Y el Papa nos dijo: “A veces se piensa que la misión de un profesor universitario sea hoy exclusivamente la de formar profesionales competentes y eficaces que satisfagan la demanda laboral en cada preciso momento. También se dice que lo único que se debe privilegiar en la presente coyuntura es la mera capacitación técnica. Ciertamente, cunde en la actualidad esa visión utilitarista de la educación, también la universitaria, difundida especialmente desde ámbitos extrauniversitarios. Sin embargo, vosotros que habéis vivido como yo la Universidad, y que la vivís ahora como docentes, sentís sin duda el anhelo de algo más elevado que corresponda a todas las dimensiones que constituyen al hombre”.
Tan imbuidos como estamos todos en eso de las competencias, no sé cuál sería en aquel momento nuestra reflexión. Seguro que todos estábamos de acuerdo… pero luego llega la vida, la de cada día, y no hacemos más que pensar en que el alumno debe aprender competencias, ya no hay objetivos, y, lo que es peor, los profesores tenemos que estar atentos a todo aquello que posibilita la acreditación. Me da un cierto repelús cuando alguien me hace llegar un titulillo que acredita que he participado en una reunión de formación de no sé qué. Es constante.
Eso de que la Universidad es la casa de la Verdad, que también dijo Ratzinger en aquella ocasión, es algo que suena casi a chiste. Pensar en la universalidad del saber, que es lo propio de la enseñanza universitaria, es algo inaudito. Lo que hay en estos momentos es una angustia por publicar, una necesidad de echar unos meses en algún lugar lejano, para poder acreditar una estancia universitaria -y todos sabemos de lo fácil que es hacer trampas-, una necesidad de aportar algo en algún congreso, de lo que sea.
No digo yo que todo eso, en sí mismo, no sea útil, porque podría serlo y lo ha sido siempre, pero, en el momento en que se convierte en una necesidad, es muy fácil caer en la carrera por la acreditación. ¿Y del interés por la Verdad quien se ocupa? Ciertamente hay de todo, y hay personas verdaderamente doctas y con actitud verdaderamente universitaria, pero el peligro es patente.
Benedicto XVI, en aquella memorable ocasión, decía: “la Universidad ha sido, y está llamada a ser siempre, la casa donde se busca la verdad propia de la persona humana. Por ello, no es casualidad que fuera la Iglesia quien promoviera la institución universitaria, pues la fe cristiana nos habla de Cristo como el Logos por quien todo fue hecho (cf. Jn 1,3), y del ser humano creado a imagen y semejanza de Dios.
¿Habrá quien se ponga en serio con esto? Seguro que hay bastantes universitarios, profesores y alumnos, deseosos de buscar la Verdad.
Ángel Cabrero Ugarte
Newman, J.H.; Discursos sobre el fin y la naturaleza de la educación universitaria, Eunsa 2011
Comentarios
Me gusta. Frecuentemente he
Me gusta. Frecuentemente he recordado una frase del Beato Álvaro del Portillo en un nombramiento de doctores honoris causa de la Universidad de Navarra. Decía algo parecido a esto: "En momentos de crisis siempre han sido unos pocos los que han reúnido la capacidad intelectual y la voluntad de hacerle frente". Posiblemente el primer paso para animar a los jóvenes a buscar la Verdad sea hacerles ver la Mentira que nos rodea. Una especie de método socrático.