No viajamos para evadirnos de la realidad sino para recobrarla. Vivimos en un mundo crecientemente virtual que falsifica las sensaciones y vacía el sentido de las palabras. Si como cree Bustos la verdad del oficio periodístico nace siempre de un viaje −andar, ver y contar−, entonces nada habrá más urgente y verdadero que desoír el antojo frenético de la actualidad y abrazar la quietud de los pasos perdidos y los sentidos despiertos. Con humor, lirismo y un dominio absoluto del lenguaje, Bustos narra dos viajes enfrentados entre sí por el espacio, el tiempo y una mirada que oscila siempre entre el desencanto y el asombro, entre lo francés y lo castellano, entre el casticismo y la ilustración. Del ardor mesetario a la templanza bretona, del corral de comedias a la ópera versallesca, del loco que se creyó Amadís al loco que se creyó Napoleón, del museo de quijotes de El Toboso a la feria de selfis del Louvre y del honrado valdepeñas al majestuoso burdeos, la escritura depurada de este libro sacia esa sed de cosas concretas que Josep Pla reclamaba a la mejor literatura: observación, reflexión y confidencia.
Comentarios
Me ha sorprendido gratamente
Me ha sorprendido gratamente la calidad literaria de este autor y, por lo tanto, de este libro. No había leído nada suyo ni le sigo como periodista, por lo que es un descubrimiento. En este libro describe dos viajes. El primero, por los lugares manchegos de Don Quijote, resulta muy agradable, supongo que especialmente a quienes hemos leído más de una vez la obra maestra de nuestra literatura, porque van apareciendo lugares mencionados en la novela y comentados por el autor con gracia, sacando a relucir como en esos pueblos sigue habiendo una tradición “viva” de quijotismo. El viaje por Francia es totalmente distinto. Recorre la costa oeste hasta París y va descubriendo lugares y recovecos desconocidos, aunque oídos, y muchos recuerdos de la historia, desde el final de la II Guerra Mundial -desembarco de Normandía- hasta resquicios de historia más antigua reflejados en catedrales y castillos. Ante todas esas visiones históricas, el autor hace su valoración, que puede ser más o menos acorde con la que tenga el lector, pero siempre con gusto y buen humor.
La lectura de este libro es
La lectura de este libro es un placer, por la calidad de la prosa, por las descripciones y comentarios sobre lo que el viajero por tierras manchegas y franceas observa, y que dan pie a muy diversas consideraciones sobre temas muy variados: historia, política, arte, literatura, cultura en general, medios de comunicación y un largo etcétera. Merece la pena. Luis Ramoneda
Extraordinario texto en el
Extraordinario texto en el que Bustos vierte las reflexiones que, desde el asombro y el desencanto, le inspira lo que ve en dos viajes separados varios años en el tiempo: La Mancha y Francia. Con una prosa magistral y un sentido del humor que en ocasiones raya una amable acidez, con un toque de misantropía, el autor interpela al lector y le hace cuestionarse muchas de las cosas que damos por hecho. No tiene desperdicio el epílogo, titulado "Del gallo al cisne", del que dejo aquí una perlita: "Vivimos en un ecosistema de pantallas que ha atrofiado los músculos de nuestra comprensión. Quien mira una pantalla puede aprender muchas cosas pero adopta una actitud pasiva, recibe imágenes y sonidos. Quien lee crea activamente significados en su imaginación, que así se robustece, desarrolla empatía, se pone en la piel de los demás" (p. 189). Nada que añadir.
Interesante libro de viajes
Interesante libro de viajes tanto por el punto de vista narrativo como por el magnífico estilo del autor. En realidad, se trata de la suma de dos viajes distintos y separados por el tiempo (cuatro años) con todo lo que ello conlleva; como afirma Jorge Bustos al final del libro: “Entre el reportaje manchego y la singladura francesa, el lector habrá advertido el tránsito de un optimismo quizá inocente a una escritura más flemática, un ánimo algo más trabajado por el escepticismo” (p. 192). En cualquier caso, hace gala de un periodismo de viajes en el que no es tanto de qué lugar se está hablando, sino cómo se habla de él, desde qué perspectiva, con qué mirada: una mirada propia, abierta y nueva al margen de los consabidos tópicos. Y así, su actitud ante el viaje está marcada por la capacidad de asombro: el asombro ante lo cercano, lo conocido, lo inmediato, nuestra tierra de La Mancha, o los pueblos y ciudades del país vecino. No hace falta viajar a lugares lejanos para descubrir una realidad asombrosa.
Y, por otra parte, Bustos regala al lector una espléndida prosa, un vocabulario rico y variado, fruto de su cultura y de sus lecturas, porque, como él mismo afirma, hay que leer mucho antes de opinar: “Quien lee crea activamente significados en su imaginación, que así se robustece, desarrolla empatía, se pone en la piel de los demás” (p. 189). De esta forma, en el primer viaje por La Mancha (se incluye un mapa con el recorrido trazado), brillan sus referencias a Cervantes y a Don Quijote, que en las tierras manchegas se ha hecho más real y necesario que su autor: “Llévese a Cervantes, pero déjenos a Don Quijote” dicen, más o menos, los habitantes de Argamasilla de Alba. Y, además, son constantes y de gran ayuda los comentarios sobre “La ruta de don Quijote” de Azorín, que en 1905 realizó un viaje similar por las mismas tierras, pero con otros medios: en tren, en carro, en rocín.
Cuatro años más tarde, Jorge Bustos recupera el asombro del viaje para recorrer ciudades y pueblos de Francia (se incluye mapa): una mirada personal sobre las catedrales, los claustros, los castillos, los puentes… que intenta huir de lo tópico y de lo convencional, porque, como decía Azorín, “aquello que viene en las guías y que cualquier turista conocerá, no ha de fijar la atención de nuestro viajero-escritor”. Así pues, el lector podrá compartir asombro y maravilla con el escritor y disfrutar de este paisaje, guiado por sus certeras descripciones (donde se puede apreciar el influjo de Azorín), por sus comparaciones, por su adjetivación rica y precisa, por “su dominio del lenguaje”; y también, gracias a la tecnología actual, recrearse al mismo tiempo en las palabras y en las imágenes.