Asistimos, con gran preocupación, desde hace ya unos cuantos años, a la destrucción progresiva y grave del matrimonio. Ya no es lo que era. Ya no es la base segura de la sociedad, ahora ya no es nada, porque ya no es propiamente matrimonio en una mayoría importante de las personas. Un matrimonio al que se llega con la idea, más o menos expresa, de que no es necesariamente definitivo, ya no es la base de la sociedad. Un matrimonio entre personas del mismo sexo es algo totalmente antinatural, que destruye cualquier parecido con la idea esencial de la unión de hombre y mujer. Un matrimonio sin voluntad de procreación no tiene nada que ver con los que Dios quiere para los hombres.
Esto lleva consigo la destrucción de la sociedad, porque el matrimonio es elemento básico del orden social, pero el matrimonio de verdad, no lo que ahora se plantean la mayoría de las personas, al menos en Occidente.
“La palabra proles, de dónde procede el adjetivo prolífico en castellano, se refiere a la procreación y a la educación de los hijos: no solo a tenerlos, sino a educarlos en el amor a Jesucristo. Fides se refiere a la fidelidad entre los esposos: no solo a la no infidelidad, sino al esfuerzo constante por la entrega recíproca. Sacramentum -de ahí la palabra sacramento- se refiere a la gracia sacramental que acompaña al matrimonio: a la difundida no solo en la misa nupcial, si no en la relación diaria con Cristo que cultivan los esposos”[1].
Proles, fides y sacramentum. Los tres conceptos básicos que la Iglesia enseña para recordar lo esencial, lo que permite que vivamos en una sociedad racional y plena de amor. Y estos conceptos se han perdido en su totalidad en muchos sectores de nuestra sociedad. Tener o no tener hijos es ya casi una casualidad. Se procura evitarlos o, al menos, retrasarlos, lo que significa generalmente, que se termina en el hijo único o, en el mejor de los casos, en “la parejita”. Fides, ya no se lleva, al menos en cuanto nos salimos de un ámbito católico auténtico.
Al sacramento -sacramentum- algunos llegan por la imagen, porque se da una impresión más seria, más importante; por el folklore, que supone un número importante de testigos, y ya, solo por eso, sirve de algo. Pero pocas veces se acercan a la celebración buscando la Gracia que conforma realmente el matrimonio y con la idea indiscutible del “para siempre”, que es elemento esencial de esa ceremonia.
Es indudable que esto no tiene nada que ver con los ambientes en los que aún se vive cara a Dios. En las familias en las que hay auténtica vida cristiana. Aunque son minorías, son el futuro y la esperanza de una sociedad disminuida pero auténtica. Son pocos quienes van a tener hijos y, por lo tanto, el número de habitantes disminuirá, y en esa sociedad menos poblada quienes influirán de modo decisivo serán las familias cristianas, porque serán quienes tengan hijos.
No hace falta esperar mucho para darse cuenta de por dónde van las tendencias actuales, pero también podemos descubrir que quienes siguen las enseñanzas de la Iglesia, quienes entienden bien el matrimonio, son lo que van a influir de modo importante en la sociedad.
Ángel Cabrero Ugarte
[1] Scott Hahn, La primera sociedad, Rialp 2019, p. 61
Comentarios
Querido don Ángel: Sabe usted
Querido don Ángel:
Sabe que pienso igual que usted, pero recientemente leía -creo que en Dios-La ciencia-Las pruebas-, que no hay que utlizar argumentos religiosos cuando se trata con personas no religiosas. Si nos dirigimos a los no religiosos porque no compartirán nuestras razones, y si nos dirigimos a los creyentes porque sabemos que, a priori, van a estar de acuerdo.
Y esto me recuerda a una anécdota que contaba mi abuela: Después de la guerra pasaba el verano en Ávila, una ciudad más fresca que Madrid. Allí la abuela iba a Misa y contaba cómo el predicador se dirigía a sus oyentes de forma vehemente: "¡Descocadas! -les decía-. ¡Que ahora las mujeres visten de cualquier forma!". Imagínese usted, después de la guerra. Contaba mi abuela cómo élla echaba una mirada a las mujeres que la rodeaban, mujeres mayores todas y pensaba: "¿A quién se estará refiriendo el señor cura? Porque yo no veo por aquí ninguna descocada". En resumen, que no es necesario tratar de convencer a quien ya está convencido.
Volvamos al problema de la familia; creo que hay que abordarlo desde la óptica del Derecho Natural, de la sociología y psicología humanas: ¿Son felices sin Dios, sin hijos? ¿Sin fidelidad matrimonial? ¿Con dos o tres compañer@s sucesiv@s? ¿Qué daños psicológicos sufren los hijos con la separación de sus padres? ¿Qué ejemplo les damos? ¿Qué construye humanamente la pareja, si con el divorcio tienen que repartirse los bienes y hasta al perro? ¿Qué utilidad tiene comenzar por el sexo, el coche y los viajes para, si hay suerte, terminar con esa criatura a la que deberíamos haber criado nosotros mismos cuando éramos jóvenes?
Pero además, ¿a dónde van las parejas cuando se separan? A casa de sus padres, si es que estos han conservado el hogar familiar y su componente afectivo. Recuerdo a alguien, ya fallecido, que me decía que lo último que necesitaban él y su novia para poder casarse era la cubertería, y que la estaban reuniendo a base de los puntos que regalaban en el supermercado. Tuvieron dos hijos y creo que los dos son hoy farmacéuticos. Esa es la pobreza que envidiamos y de la que podemos sentirnos orgullosos los cristianos.
Hace algunas semanas estábamos comiendo en un restaurante con mi hija pequeña; yo veía entrar gente relativamente joven y pensaba en las mismas cuestiones que estamos tratando ahora. Hablando para mí mismo, pero en voz suficientemente alta, comenté: "Hay que profundizar en la figura del matrimonio". Mi hija me preguntó por qué; supongo que le mencioné varias razones, pero una era el asunto del matrimonio homosexual. Pues se puso como una fiera: "Venimos a pasar un buen rato comiendo fuera de casa y tú me hablas de esas cosas". Ella tiene unas amigas lesbianas, las cuales tienen una hija, aparecida -supongo- por arte de birli birloque. Total, que sin yo desearlo ni planteármelo se arruinó la comida fuera de casa.
Querido don Ángel, hay que ser muy prudente al tratar sobre la pareja homosexual porque podemos hasta terminar en un juzgado, acusados de un delito de odio. Es preferible profundizar en las enseñanzas al respecto del papa Francisco, y en la psicología y sociología de la pareja de hombre y mujer. Me hacían mucha gracia esas camisetas que he visto en alguna ocasión y en las que se podía leer: "Ser hetero tambien mola". Sí, también mola y además se tienen hijos y se construye un núcleo humano y económico denominado familia.
Últimamente he escuchado que cada uno tiene una idea de Dios correspondiente con la idea que tiene de su propio padre. Un Padre que nos ama y al que nos dirigimos precisamente así, llamándole Padre. Pensemos en ello.