El laberinto de los extraviados

El autor se pregunta dónde residirán en el futuro los centros globales de poder. Piensa que van a estar en los Estados Unidos y China, y que el enfrentamiento entre ambas potencias será inevitable. Relata las pulsiones imperialistas de Japón, Rusia, China y los Estados Unidos a lo largo de la historia y como estas han perjudicado a terceros países.

"¿No deberíamos volver a plantearnos en profundidad -se pregunta el autor- la forma en que se gobierna nuestro mundo, para prepararles a las futuras generaciones un porvenir más sereno, que no esté afectado por guerras frías o calientes ni de luchas interminables por la supremacía?" (Del Prólogo).

 

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2024 Alianza Editorial
371
978-84-1148-691-0

Subtítulo: Occidente y sus adversarios.

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Un libro agotador con un título curioso. El autor plantea el futuro político del planeta y las tendencias imperialistas de cuatro países: Japón, Rusia, China y los Estados Unidos a lo largo de la Historia. Maalouf concluye que, en la actualidad, "ninguna potencia, ninguna nación, ningún espacio de civilización está en condiciones de asumir a solas el liderazgo global, político, ético e intelectual que la humanidad necesita desesperadamente" (pág.334).

Es dudoso que en base a la historia de cuatro naciones se pueda llegar a conclusiones sobre el futuro político del planeta, ya que se omiten factores importantes. En primer lugar, Maalouf desestima incluir el Islam como un elemento de peso en el equilibrio mundial de los poderes; tampoco tiene en cuenta las corrientes migratorias, los desequilibrios demográficos, el mestizaje cultural, la influencia global de la técnica y de las comunicaciones, las innegables corrientes de solidaridad internacional o la influencia, por pequeña que sea, de los organismos internacionales.

Muy francés y por lo tanto laico, el autor no contempla el origen del mal en el mundo, que está en las malas inclinaciones de los hombres: Soberbia, ira, avaricia y egoísmo. Tampoco considera necesario juzgar a los países y las ideología por su respeto a los derechos humanos, aunque reconoce que "puede resultar instructivo calibrar los resultados de unos y otros en ámbitos como las libertades públicas, la calidad de la enseñanza, la protección social de los ancianos, el lugar atribuido a las mujeres y  las minorías o la sensación de seguridad por la calle" (pág.351).

El autor defiende la cooperación global entre los países con independencia de su perfil político, ideológico o religioso: "Sueño -escribe- con un mundo reconciliado, con una universalidad compartida que no excluyese a nadie" (pág.352). De algún modo nos recuerda a la llamada Alianza de Civilizaciones, que defendió en su día Rodríguez Zapatero. No deja de estar claro, que las diferencias religiosas no deberían influir en la amistad o enemistad entre los pueblos, como explica habitualmente el papa Francisco, pero ¿cómo podemos conseguirlo si en el interior de cada uno de aquellos ya se abren grietas entre la ética religiosa y el laicismo?

"El nexo entre religión e identidad se ha demostrado cada vez más pernicioso"  -afirma el autor (pág.350) recordando su país de origen, Líbano. Reclama "un código ético claro" (pág.346), pero es que ya existe un código ético clarísimo que dice "no matarás" y no hay manera de alcanzarlo ni por la convicción ni por la ley, y se infringe con guerras, persecuciones, así como "iniciativas privadas"; por ejemplo, la Primera Guerra Mundial se inició con la actuación de un solo sujeto y supuso millones de muertos en toda Europa y décadas de inestabilidad económica. Los Diez Mandamientos son un cógigo ético bastante consolidado y, sin embargo, se desconocen, se ocultan y pretenden ridiculizarse desde el laicismo..

Maalouf denuncia "los furores identitarios" (pág.350), que también conocemos como nacionalismos. Despierta nuestra curiosidad, la mención que hace el autor en el Epílogo de la Declaración conjunta relizada por Vladímir Putin (Rusia) y Xi Jingping (China), en 2022. Los dos mandatarios rechazan que Occidente pueda actuar como gendarme global y denuncian el doble rasero que se utiliza cuando las guerras las emprenden Occidente u otros países. Veinte días después Rusia invadía Ucrania. Los firmantes niegan que el único modelo político democrático sea el meramente formal que propugna Occidente, esto no deja de ser cierto, pero parece demasiado conveniente para los firmantes del Acuerdo y sus seguidores, como pueden ser Irán, Venezuela, Cuba o Corea del Norte.

Para políticos, historiadores y estudiosos de la relaciones internacionales.