Cartas a un joven poeta

Reúne una serie de diez cartas; intercambio que se produjo entre el poeta Rilke y Franz Xaver Kappus entre 1903 y 1908

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2000 Alianza
112
2006 Alianza Editorial
109
978-84-206-0910-2
2016 Ediciones Rialp
96
978-84-321-4618-3

Prefacio y traducción de David Cerdá.

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Las Cartas a un joven poeta contienen una serie de consejos de Rilke a su interlocutor. El autor comienza tratando sobre escritura y poesía, pero evoluciona hacia cuestiones más amplias como son la actitud de su corresponsal ante la vida: aceptación, soledad, dolor y tristeza, pero también sobre el amor conyugal o el descubrimiento de Dios. Rilke realiza una crítica sobre la juventud de su tiempo -comienzos del siglo XX-, la misma que podríamos hacer hoy, multiplicada por diez. El Prefacio de David Cerdá nos habla de las Cartas como "un manual para la vida y de "la soledad como actitud vital".

"Necesito un poco de paz y soledad" -escribe el autor desde Roma. Para Rilke el proceso de creación -aunque sea de una simple carta- necesita de la posibilidad de aislarse: "Ir dentro de sí y no encontrarse con nadie durante horas, de esto tenemos que ser capaces" (pág.58). De algún modo nos remite a la mística del desierto de Pablo D'Ors o a El silencio creador de Federico Delclaux.

La Carta VII disecciona lo que los jóvenes llaman amor y no es más que una experiencia de entrega de dos personas inmaduras, "de la que nada se puede obtener que no sea disgusto, decepción y miseria" (pág.69). "Amar es difícil" -escribe Rilke, casado con una escultora-. "El sexo es algo complicado" -insiste- demostrando una mentalidad más sana que la de su contemporáneo Freud. "No difiere de la pura contemplación (...), lo malo es que la mayoría hace un mal uso de ella. Para ellos no es más que un estimulante, un lenitivo para sobrellevar las fatigas de la vida, una distracción" (pág.44). "La sociedad ha optado por hacer del amor no más que un puro entretenimiento (...) tenía que darle una forma fácil, barata" (pág.69).

Rilke era creyente e interpela a su interlocutor: "Por qué insiste en perseguirse a sí mismo, preguntándose de dónde viene todo esto y hacia dónde va?" (pág.85). "¿Cree usted que a Dios cabe perderlo como se pierde un guijarro?" (pág.62). "El miedo a lo inexplicable [al Misterio] ha empobrecido la vida del individuo" (pág.83). "Toda belleza presente en animales y plantas es una forma callada y duradera de amor y anhelo" (pág.45). "Hasta lo más trivial e insignificante -con tal que proceda del amor- le empezamos [¿le hacemos presente?]; con nuestro trabajo y con el descanso posterior; en silencio o a través de una pequeña y solitaria alegría; a partir de todo lo que hacemos a solas, sin nadie que nos jalee o asista, empezamos (¿?) a Aquel a quien no percibiremos" (pág.63).

Acerca de la actitud ante la vida el autor recomienda "ir a lo difícil", no menospreciar la soledad, el dolor o la tristeza y ser paciente: "En toda enfermedad -ejemplifica- hay muchos días en los que el médico no puede sino esperar" (pág.86). "Encuentre la suficiente paciencia dentro de sí para aguantar y la suficiente sencillez para vivir" (pág.90).

La lectura de las Cartas exige la misma paciencia y empeño positivo de comprensión que recomienda el autor.

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Increíble nivel de introspección sobre los propios sentimientos y sensaciones. Rilke se recrea en el estado anímico como si de una obra de arte se tratara. 
Rico en algunas reflexiones, algo más pobre en otras, pero la que más llama mi atención es la que habla de la mujer: con valor en sí misma y no como algo complementario o contrapuesto al hombre. 
La forma de escribir es bella, lo que podría decirse de manera simple y directa lo cubre de un halo de inquietud y reflexión que lo hace ver misterioso y lejano. 

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Me parece lo más triste que he leído en mucho tiempo. “Ir-hacia-sí, y durante horas no encontrar a nadie; he ahí lo que hay que lograr. Estar en soledad…” o este otro párrafo: “Su acontecer íntimo es digno de todo su amor; en él debe usted trabajar de algún modo y no perder demasiado tiempo ni demasiado ánimo en aclarar su posición respecto de los demás. Porque, ¿quién le dice que usted tenga alguna?”. Maravilloso… “¿Por qué no piensa que Él (Dios) es el Venidero, el que desde la eternidad está por llegar; que es lo futuro, el fruto último de un árbol cuyas hojas somos?”. O sea que Dios será la consecuencia de su arte, viene a decir en otro sitio. “De ahí que sea tan importante estar solitario y atento cuando ese está triste”. En fin, las opiniones de Rilke sobre el amor, Dios, la tristeza, son verdaderamente disparatadas.

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A través de las cartas de Rilke se bosqueja su pensamiento sobre el hombre, el amor, la amistad, la belleza,... Pueden encontrarse textos un poco más densos de ideas (sin ser inaccesibles a todas las "fortunas" de inteligencias), que obligan al lector a releer, detenerse y pensar. No hay nada mejor que eso, ¿no? Tiene muchos párrafos maravillosos, pero no me gustaría destrozarlos arrancándolos de su contexto propio. Hay que leer el libro. Además, es pequeño, se puede leer en el metro, en el bus, o en un sillón de casa (quizá sea más fácil aislarse en la marabunta del metro que en el sillón de la propia casa).

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(TEXTO INTEGRO DE LA PRIMERA CARTA)
París, 17 de febrero de 1903
Muy distinguido señor:

Hace solo pocos días que me alcanzó su carta, por cuya gran y afectuosa confianza quiero darle las gracias. Sabré apenas hacer algo más. No puedo entrar en minuciosas consideraciones sobre la índole de sus versos, porque me es del todo ajena cualquier intención de crítica. Y es que, para tomar contacto con una obra de arte, nada, en efecto, resulta menos acertado que el lenguaje crítico, en el cual todo se reduce siempre a unos equívocos más o menos felices.

Las cosas no son todas tan comprensibles ni tan fáciles de expresar como generalmente se nos quisiera hacer creer. La mayor parte de los acontecimientos son inexpresables; suceden dentro de un recinto que nunca holló palabra alguna. Y más inexpresables que cualquier otra cosa son las obras de arte: seres llenos de misterio, cuya vida, junto a la nuestra que pasa y muere, perdura.

Dicho esto, sólo queda por añadir que sus versos no tienen aún carácter propio, pero sí unos brotes quedos y recatados que despuntan ya, iniciando algo personal. Donde más claramente lo percibo es en el último poema: "Mi alma". Ahí hay algo propio que ansía manifestarse; anhelando cobrar voz y forma y melodía. Y en los bellos versos "A Leopardi" parece brotar cierta afinidad con ese hombre tan grande, tan solitario. Aun así, sus poemas no son todavía nada original, nada independiente. No lo es tampoco el último, ni el que dedica a Leopardi. La bondadosa carta que los acompaña no deja de explicarme algunas deficiencias que percibí al leer sus versos, sin que, con todo, pudiera señalarlas, dando a cada una el nombre que le corresponda.

Usted pregunta si sus versos son buenos. Me lo pregunta a mí, como antes lo preguntó a otras personas. Envía sus versos a las revistas literarias, los compara con otros versos, y siente inquietud cuando ciertas redacciones rechazan sus ensayos poéticos. Pues bien -ya que me permite darle consejo- he de rogarle que renuncie a todo eso. Está usted mirando hacia fuera, y precisamente esto es lo que ahora no debería hacer. Nadie le puede aconsejar ni ayudar. Nadie... No hay más que un solo remedio: adéntrese en sí mismo. Escudriñe hasta descubrir el móvil que le impele a escribir. Averigüe si ese móvil extiende sus raíces en lo más hondo de su alma. Y, procediendo a su propia confesión, inquiera y reconozca si tendría que morirse en cuanto ya no le fuere permitido escribir. Ante todo, esto: pregúntese en la hora más callada de su noche: "¿Debo yo escribir?" Vaya cavando y ahondando, en busca de una respuesta profunda. Y si es afirmativa, si usted puede ir al encuentro de tan seria pregunta con un "sí, debo" firme y sencillo, entonces, conforme a esta necesidad, erija el edificio de su vida. Que hasta en su hora de menor interés y de menor importancia, debe llegar a ser signo y testimonio de ese apremiante impulso.

Acérquese a la naturaleza e intente decir, cual si fuese el primer hombre, lo que ve y siente y ama y pierde. No escriba versos de amor. Rehuya, al principio, formas y temas demasiado corrientes: son los más difíciles. Pues se necesita una fuerza muy grande y muy madura para poder dar de sí algo propio ahí donde existe ya multitud de buenos y, en parte, brillantes legados. Por esto, líbrese de los motivos de índole general. Recurra a los que cada día le ofrece su propia vida. Describa sus tristezas y sus anhelos, sus pensamientos fugaces y su fe en algo bello; y dígalo todo con íntima, callada y humilde sinceridad. Valiéndose, para expresarse, de las cosas que lo rodean. De las imágenes que pueblan sus sueños. Y de todo cuanto vive en el recuerdo.

Si su diario vivir le parece pobre, no lo culpe a él. Acúsese a sí mismo de no ser bastante poeta para lograr descubrir y atraerse sus riquezas. Pues, para un espíritu creador, no hay pobreza. Ni hay tampoco lugar alguno que le parezca pobre o le sea indiferente. Y aun cuando usted se hallara en una cárcel, cuyas paredes no dejasen trascender hasta sus sentidos ninguno de los ruidos del mundo, ¿no le quedaría todavía su infancia, esa riqueza preciosa y regia, ese camarín que guarda los tesoros del recuerdo? Vuelva su atención hacia ella. Intente hacer resurgir las inmersas sensaciones de ese vasto pasado. Así verá cómo su personalidad se afirma, cómo se ensancha su soledad convirtiéndose en penumbrosa morada, mientras discurre muy lejos el estrépito de los demás. Y si de este volverse hacia dentro, si de este sumergirse en su propio mundo, brotan luego unos versos, entonces ya no se le ocurrirá preguntar a nadie si son buenos. Tampoco procurará que las revistas se interesen por sus trabajos. Pues verá en ellos su más preciada y natural riqueza: trozo y voz de su propia vida.

Una obra de arte es buena si ha nacido al impulso de una íntima necesidad. Precisamente en este su modo de engendrarse radica y estriba el único criterio válido para su enjuiciamiento: no hay ningún otro. Por eso, muy estimado señor, no he sabido darle otro consejo que éste: adentrarse en sí mismo y explorar las profundidades de donde mana su vida. En su venero hallará la respuesta cuando se pregunte si debe crear. Acéptela tal como suene. Sin tratar de buscarle varias y sutiles interpretaciones. Acaso resulte cierto que está llamado a ser poeta. Entonces cargue con este su destino; llévelo con su peso y su grandeza, sin preguntar nunca por el premio que pueda venir de fuera. Pues el hombre creador debe ser un mundo aparte, independiente, y hallarlo todo dentro de sí y en la naturaleza, a la que va unido.

Pero tal vez, aun después de haberse sumergido en sí mismo y en su soledad, tenga usted que renunciar a ser poeta. (Basta, como ya queda dicho, sentir que se podría seguir viviendo sin escribir, para no permitirse el intentarlo siquiera.) Mas, aun así, este recogimiento que yo le pido no habrá sido inútil: en todo caso, su vida encontrará de ahí en adelante caminos propios. Que éstos sean buenos, ricos, amplios, es lo que yo le deseo más de cuanto puedan expresar mis palabras.

¿Qué más he de decirle? Me parece que ya todo queda debidamente recalcado. Al fin y al cabo, yo sólo he querido aconsejarle que se desenvuelva y se forme al impulso de su propio desarrollo. Al cual, por cierto, no podría causarle perturbación más violenta que la que sufriría si usted se empeñase en mirar hacia fuera, esperando que del exterior llegue la respuesta a unas preguntas que sólo su más íntimo sentir, en la más callada de sus horas, acierte quizás a contestar.

Fue para mí una gran alegría el hallar en su carta el nombre del profesor Horacek. Sigo guardando a este amable sabio una profunda veneración y una gratitud que perdurará por muchos años. Hágame el favor de expresarle estos sentimientos míos. Es prueba de gran bondad el que aun se acuerde de mí, y yo lo sé apreciar.
Le devuelvo los adjuntos versos, que usted me confió tan amablemente. Una vez más le doy las gracias por la magnitud y la cordialidad de su confianza. Mediante esta respuesta sincera y concienzuda, he intentado hacerme digno de ella: al menos un poco más digno de cuanto, como extraño, lo soy en realidad.

Con todo afecto y simpatía,

Rainer Maria Rilke