El protagonista del libro, con el que el narrador, Sebald en persona, sostiene diversos encuentros, es un niño judío, refugiado durante la Segunda Guerra Mundial en una familia de adopción galesa, que irá progresivamente recuperando la historia de su familia carnal, su verdadera historia. Pero este proceso no se hará al uso, sino que se nos presenta con multitud de digresiones, comentarios al vuelo acerca de los más variados temas, avanzando de forma zigzagueante hacia un desenlace que tampoco es tal.
Comentarios
Obra maestra. La prosa es maravillosa y las fotografías que la acompañan también. Es una obra imprescindible.
Una de las grandes virtudes de este libro, al igual que en otras obras de este autor, es la aparición de comentarios valiosos, pequeñas perlas inconexas pero perlas al fin y al cabo. Así, descubriremos cómo los estudios de Jacques Austerlitz en torno al estilo arquitectónico propio del capitalismo nos deja observaciones interesantísimas, si bien hubiéramos esperado encontrarlas en un tratado de teoría arquitectónica antes que en un libro de narrativa. Esta veta nos deja uno de los más jugosos comentarios, esta vez hablando de la nueva Biblioteca Nacional de París, obra de Mitterand, que, según Austerlitz, “en su monumentalismo, inspirado evidentemente en el deseo del presidente de perpetuarse, en todas sus dimensiones exteriores y su constitución interna es contrario al ser humano y de antemano intransigentemente opuesto a las necesidades de cualquier lector verdadero”.
Y siempre, omnipresente, ese sentido de desarraigo, ese sentirse ajeno al devenir del mundo, vivido en primera persona por Sebald y que transmite a todos sus personajes que, en sus propias palabras, sienten que “todo me da una sensación de aislamiento y de no hacer pie”. Quienes aún no conozcan la obra de este ya clásico del siglo pasado harán bien en acompañarle por su, a menudo, caótico divagar; con él comprenderemos mejor algunos de los males de este siglo.