Recientemente he tenido ocasión de recordar una imagen un tanto preocupante de lo que puede llegar a ser la devoción de algunos fieles cristianos. Casualmente ha sido en dos santuarios marianos, más que ermitas. Estaba haciendo oración en uno de los bancos cercanos al altar. Delante, pegado ya al presbiterio, en los dos casos, está la típica hucha donde los devotos pueden echar sus limosnas, importantes para el mantenimiento de esos lugares religiosos.
En los dos casos se repitió, de modo idéntico, la escena de mujeres de mediana edad que se acercaron a la hucha y depositaron su limosna. Acto seguido se retiraron y se sentaron en un banco en donde estaba su marido o una amiga, y donde intercambiaron algunos comentarios, en voz baja, no oí en ningún caso lo que dijeron, pero estaban comentando algo. Un poco después, pocos minutos, se levantaron y se fueron.
Curiosamente esta escena se repitió, con pequeñas variaciones, dos o tres veces en los dos lugares, muy distantes entre sí, donde predomina sin duda la devoción mariana. Y me dejó un tanto preocupado. Estas personas han venido aquí quizá porque estaban de paso, aunque ninguno de esos dos lugares era, propiamente hablando, de paso. Probablemente vinieron por devoción. Quizá estaban de paseo por la zona y quisieron visitar a la patrona del lugar.
Es preocupante pensar que no sabían rezar. Seguro que tienen devoción a la Madre de Dios, porque de lo contrario no habrían entrado ni hubieran echado una limosna. Pero no saben tener un rato de oración. No se les ocurrió rezar el rosario, devoción de lo más apropiada en ese lugar y en esas circunstancias, al no haber ninguna sensación de prisa.
Preocupante pensar en tanta gente que puede haber entre personas creyentes, bautizadas, con cierto amor a la Virgen, como madre nuestra, y que no saben rezar. Seguro que en la fiesta de su pueblo, si tiene que ver con la devoción mariana, irán encantados a la procesión o la romería popular. Tienen una cierta devoción, pero no les han enseñado las maravillosas devociones marianas que tenemos, como un tesoro de tradición muy antiguo y que tanto bien ha hecho a generaciones de devotos.
Pero los vídeos de los móviles no hablan de esto. Las novedades de fuentes diversas no hacen ninguna referencia. Las noticias que se pueden ver en la tele van en otras direcciones. Quizá lo que falta es que el párroco de la iglesia del barrio dedique algún tiempo a advertir que en las redes sociales, a las que acceden con frecuencia, hay aplicaciones idóneas, muy completas, fáciles de utilizar, que sirven como plantilla para no olvidar las devociones marianas de siempre.
Cuanta gente se sirve de esos medios para rezar bien el rosario, con los misterios que corresponden a cada día, con las letanías. La oración del Ángelus, que se puede rezar cada día a las 12. O el Regina Coeli en Pascua. La Salve, como oración acogedora, amable, que uno puede olvidarla, pero en esas aplicaciones se encuentra. Y así siguiendo, para la devoción mariana, para las visitas al Santísimo, para seguir muy bien la misa, para mantener la devoción a los santos.
Podemos lamentarnos con motivo de las horas que algunos dedican inútilmente a los móviles, pero no podemos olvidar que es un modo nuevo y muy útil para muchas cosas del día a día, y también para mantener vivas las costumbres cristianas.
Ángel Cabrero Ugarte
Comentarios
Recuerdo que una vez,
Recuerdo que una vez, encontrándome en el santuario de la Virgen de Torreciudad al poco de haber sido éste inaugurado, pasó cerca de mí una familia que aparentemente era de la zona; miraban todo con detalle e iban a proseguir la visita cuando la abuela, una señora mayor con aspecto de campesina, dijo al resto: "Vamos a adorar a la Virgen" y se arrodilló. La imprecisión teológica que supuso el uso del verbo adorar aplicado a la Virgen Santísima, me llamó la atención y ha hecho que no se me olvide la anécdota. Podemos pensar que aquella mujer había sido enseñada a rezar en su infancia por su propia madre o por una buena catequista; por otro lado, a su edad y con su familia, no tenía verguenza de decir y hacer lo que pensaba, ya que muchas veces es un problema el miedo que nos retiene a parecer muy devot@s frente a los demás.
En sentido contrario recuerdo otra anécdota. Me encontraba en un hospital en el que estaba ingresada mi hermana y entré en la capilla a rezar. Es una capilla amplia, pero me encontraba yo solo. Entonces entró alguien con un uniforme de enfermero o de auxiliar y se colocó a mi lado, justo a mi lado, a rezar, igual que yo. En un primer momento me extrañó -ya he dicho que la capilla era amplia- que tuviera que colocarse precisamente junto a mí; me levanté y me marché. Luego, pensando, me di cuenta lo que aquel hombre me estaba diciendo: "Donde están dos o más reunidos en Mi nombre ...". Como creyentes somos hermanos y dice la Escritura: "Frater qui adiuvatur a fratre sicut civitas firma" (El hermano que es ayudado por el hermano es como una ciudad amurallada). Hemos deformado nuestra vida religiosa al vivirla de una forma individual e individualista.