En nuestra sociedad podemos
detectar una cierta preocupación por la
verdad. En realidad, preocupa más la sinceridad, porque
asistimos a una paradoja: muchos que no valoran la Verdad última y absoluta, no
están, sin embargo, dispuestos a prescindir de la veracidad.
Es lógico porque en el
reconocimiento de la palabra dada se apoyan todas las relaciones de los hombres
y, por lo tanto, la vida de la
comunidad. Nos sentimos muy débiles si intuimos que nos
mienten. El individuo pierde pie en sus relaciones si descubre la mentira.
Como decía Romano Guardini, "la
verdad de la palabra se hace cada vez más importante. Eso vale para todo tipo
de relación, y por completo para aquella en que descansa la auténtica vida:
amistad, comunidad de trabajo, amor, matrimonio, familia. Los modos de
comunidad que tengan que durar, crecer y hacerse fecundos deben penetrarse
mutuamente cada vez con más pureza, uno creciendo en el otro, o si no, decae.
Toda mentira destruye la comunidad"[1].
Parece que no está muy de moda la
fidelidad, sin embargo no hay nada que más nos duela que sentir el engaño en
nuestras propias carnes. La simple sospecha nos hace daño. A veces es
infundada. La comprobación de la mentira nos destruye cuando detrás había un
amor mutuo, una amistad consolidada, una confianza arraigada.
Queremos que se nos diga la verdad. Esto suponiendo que uno
mismo sea sincero. El mentiroso no cuenta con la honradez ajena. ¿Será por esto
por lo que muchos políticos mienten sin preocuparse? ¿Será que ya han calculado
también esto, que el ciudadano es mayoritariamente mentiroso?
La verdad da al hombre firmeza,
siempre que vivamos en un mundo de honradez. Ser honrado lleva, en último
término a un sentido de eternidad. Al final de la vida de los hombres hay un juicio.
Si no hubiera juicio de Dios entonces todo daría igual: el enriquecimiento
injusto, las trampas, los engaños, las infidelidades, las zancadillas...
¿Cómo podemos entonces separar la
Verdad con mayúscula de la verdad de andar por casa? Cuando el hombre prescinde
del fundamento de su existencia, no puede sorprenderse de caminar siempre sobre
arenas movedizas. Si no amamos la Verdad sufriremos la tiranía de un mundo de
mentiras.
Ángel Cabrero Ugarte
Emitido en Intereconomía el
25.1.2008, a las 20,20
Para leer más:
Guardini, R. (2007) La
esencia del cristianismo, Madrid, Cristiandad.
Frankfurt, H. (2007) Sobre
la verdad, Madrid, Paidos
Derrick, C. (2007) Huid
del escepticismo, Madrid, Encuentro