Además de poeta genial, García Lorca fue el dramaturgo más importante del 27. Sus dramas vanguardistas llevaron el teatro español hasta experimentos difícilmente superables. Y sus tragedias ahondaron en las pasiones y en las raíces de la mujer y la tierra española. Entre ellas, Bodas de sangre ocupa un lugar de relevancia capital. Su conflicto dramático procede de un hecho real. Pero lo que podía ser una simple tragedia rural fue transformado por el genio de García Lorca, sin renunciar a sus fuertes implicaciones sociales, en drama de resonancias míticas y simbólicas, rebosante de poesía y misterio, donde la pasión de los amantes acabará estallando en sangre porque en eso consiste el destino trágico: en su inexorable cumplimiento.
Comentarios
Federico García Lorca supo poner la belleza de la poesía al drama que puede originar la pasión del amor entre hombre y mujer. Con gran acierto, veló con la sutileza del verbo la pasión más fuerte que puede darse, capaz de conmocionar las vidas de los implicados y las vidas de todos cuantos los rodean: la trama social.
Construida en un contexto en el que la virginidad de los contrayentes matiza el honor de la familia y el origen de nuevas vidas como sustento del entramado social y de la economía, exalta el valor de la entrega mutua, única y con exclusividad durante toda la vida, hasta el punto de que la infidelidad conlleva la lucha a muerte.
La violencia de la pasión como sentimiento capaz de unir a un hombre y a una mujer en una sola carne, de buscar el núcleo engendrador de nuevas vidas, exige, en la obra de Lorca y en la realidad de muchos contextos culturales, esa virginidad y esa fidelidad de ambos cónyuges e implica un código del honor refrendado con la sangre.
Hoy día, el hombre moderno prefiere verse liberado de compromisos tan fuertes –necesarios en una economía de estructura familiar-. No quiere oír hablar de compromisos que conlleven el sacrificio de la fidelidad. Trivializamos el valor de la virginidad con la finalidad de anular el código del honor y sus consecuencias. Creemos que un pacto social en el que quepa la unión y la separación del afecto entre hombre y mujer, y que deje esa unión supeditada a las exigencias de la correspondiente escena de la vida, nos garantiza una mayor felicidad.
La dignidad de la persona y su ejercicio se relega a las necesidades estrictamente personales tratando de olvidar los aspectos sociales, la ligazón que es antropológicamente necesaria y connatural al ser humano. El hombre moderno se constituye, se quiere constituir, como un ser que puede prescindir de la fuerza del amor, de la pasión del amor. Que puede ir contra su propia naturaleza en el ejercicio de su libertad. Que puede intentar volar, a todo “pecho”, sin las alas que la naturaleza no le ha concedido. Y así, en ese ejercicio libre de ir contra su propia naturaleza social, nos encontramos a un ser humano postmoderno tremendamente aislado, melancólico, deprimido y que se sucumbe a otras pasiones en el intento de alcanzar la pasión auténtica del amor.