El estupendo ensayo del Mariano Artigas, conocido erudito en filosofía de la ciencia, se presenta con la intención de ayudar a encontrar el lugar de la ciencia en el nuevo humanismo que ha reclamado Juan Pablo II. Esta intención nace de la constatación según el autor de que a pesar de la presencia continua en nuestra sociedad de la ciencia y especialmente de la técnica derivada, estas no han conseguido crearse un espacio en la cultura moderna. Esto es así de hecho por el desconocimiento de su auténtica naturaleza, que comporta inevitablemente una incertidumbre en el juicio que expresar acerca de ellas. Esta difícil tarea, la de reflexionar hoy sobre la ciencia, ha de partir de dos pilares fundamentales: primero el reconocimiento de la prioridad de la intención cognoscitiva de la ciencia, segundo, la delimitación de su ámbito de validez, necesariamente restringido y especializado. En este segundo punto el autor argumenta correctamente contra el cientifismo, una postura comúnmente asumida por la cultura moderna, que sin embargo no es sostenida por la mayoría de los grandes científicos. El argumento principal es prácticamente evidente, una absolutización de la ciencia no se lleva a cabo en una base científica, sino filosófica.
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Con esto presente, el autor entra en un análisis detallado de los diferentes aspectos de la relación entre ciencia, filosofía y religión. El primero de estos es la fiabilidad de la ciencia experimental, tema importante ya que para muchos la ciencia experimental seria el único conocimiento válido de la realidad, o por lo menos, el modelo que debería imitar todo conocimiento válido. Frente a esta postura reduccionista y cientifista, se opone una concepción de la razón abierta a todos los factores de la realidad, que estudia cada aspecto de la realidad con el método que más corresponde al objeto bajo su estudio, y que entonces no presenta oposición alguna entre ciencia, filosofía y fe sino más bien una abierta colaboración en su común esfuerzo en conocer la verdad de la realidad. Para Artigas la fiabilidad de la ciencia, base de su constante progreso, no es autosuficiente, sino que ha de situarse en el marco de una filosofía realista. Tampoco la ciencia es omnicomprensiva, y con esto no se quiere limitar arbitrariamente el alcance de la ciencia, sino advertir cual es su alcance real.
A continuación se analizan algunos temas de perenne actualidad de las relaciones entre las ciencias y la fe, como la libertad humana y el evolucionismo. A pesar de los esfuerzos de muchos pseudo-divulgadores de la ciencia, desconocedores de la auténtica esencia de la ciencia, que presentan a la opinión pública un radical materialismo científico, está claro que todavía la explicación puramente biológica del ser humano, de sus facultades y su conducta, sigue siendo actualmente un postulado arbitrario. Y esto lleva a una de las grandes paradojas de la modernidad: mientras se alaba continuamente la libertad en abstracto, se niega la libertad personal de muchas maneras, y muchas veces equivocadamente en nombre de la ciencia. Y es que en el fondo, la libertad humana, y por lo tanto su autoconciencia, sería impensable si no existiera Dios.
Los límites y objetivos de la ciencia han sido un lugar filosófico recurrente en los últimos siglos. Después del siglo XX, ya pasó la época en que la ciencia solucionaría todos los problemas humanos en el futuro. Para responder a estas preguntas no se puede aplicar el método experimental. La superación de las contradicciones inherentes, tanto en lo teórico como en lo práctico, de una mentalidad cientifista, solo se conseguirá si se admite la capacidad de la razón humana para alcanzar conocimientos ciertos en el ámbito de la metafísica. Este afecto por las capacidades de la razón, como ya vaticinaba Chesterton, se encuentra hoy casi exclusivamente en la Iglesia, especialmente en la Fides et Ratio y el magisterio de Juan Pablo II. La falta de confianza en la razón, y por lo tanto en la ciencia, tienen como consecuencia el florecimiento de sectas, supersticiones e actitudes irracionales incluso en personas formadas: paradoja de unos tiempos modernos que se presentan como el triunfo de la razón en abstracto, pero que desprecian la razón concreta.
En resumen, un excelente ensayo que permite profundizar a un nivel accesible en las complejas relaciones entre ciencia, filosofía y fe, mostrando como en el marco de la tradición cristiana las tres colaboran activamente en la búsqueda del conocimiento verdadero. Toda posible oposición, denunciada en general por cientifistas que ni tan siquiera son científicos, como los positivistas del círculo de Viena, nace de un prejuicio e una ideología previa que desprecia profundamente los datos de la experiencia.
Juan Rojo Chacón (www.archimadrid.es)