Uno de los elementos claves del Concilio Vaticano II ha sido la renovación litúrgica. Pero ésta ha llegado a los cristianos más como cambios que como un espíritu. En este libro J. Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, quiere hacer una introducción rigurosa de carácter teológico con el fin de revelar el espíritu que anima la liturgia y, por ella, a toda la Iglesia. Una visión teológica de la liturgia en vistas de su auténtica renovación en la Iglesia. Una introducción a su esencia, su tiempo, su lugar y sus gestos.
Edición | Editorial | Páginas | ISBN | Observaciones |
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2007 | Ediciones Cristiandad |
274 |
978-84-7057-503-7 |
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El indudable prestigio teológico del Card. J.Ratzinger se hace patente en cada uno de sus nuevos escritos porque es capaz de llegar a las raíces últimas de las cuestiones planteadas. Recientemente se ha publicado, primero en italiano y más tarde en español, un breve tratado teológico sobre la liturgia que ayudará a todos los fieles, primero a los sacerdotes y también a los laicos, a redescubrir hoy el sentido profundo de la liturgia católica. Lleva por título “El espíritu de la liturgia” y enlaza con la conocida obra casi homónima de R.Guardini y también con los principales renovadores (O.Casel, J.A.Jungmann, L.Bouyer) que tanto influyeron en la Constitución Dei Verbum del Vaticano II, verdadera Carta Magna de la reforma litúrgica que tanto ha enriquecido nuestras celebraciones. Sin embargo es preciso tener en cuenta también algunos excesos que han traicionado el espíritu del Concilio así como otras desvirtuaciones del sentido del misterio en la liturgia en aras de la creatividad o del arqueologismo fuera de contexto. Esta reciente obra de J.Ratzinger ayudará a profundizar en la dimensión fundamentalmente y cristológica y trinitaria de la liturgia, a redescubrir el sentido eclesiológico de comunión en la acción sagrada, y a promover desde sus fundamentos la dignidad del culto y del arte sacro.
Sirva como muestra una breve selección de algunas ideas expresadas con naturalidad en esta obra por el Card. J.Ratzinger, entre otras consideraciones referentes al sentido del domingo y de las fiestas litúrgicas, al arte cristiano y al canto, a las formas litúrgicas o a la participación en la acción sagrada.
Jesucristo es el centro de la liturgia
La costumbre de edificar el altar sobre las tumbas de los mártires es, probablemente, muy antigua y expresa el mismo concepto: los mártires hacen presente el sacrificio de Cristo a lo largo de la historia; son, por así decir, el altar vivo de la Iglesia que no está hecho de piedra, sino de personas que se convirtieron en miembros del cuerpo de Cristo y que expresan así el culto nuevo: el sacrificio es la humanidad que con Cristo se transforma en amor. Parece ser que la disposición adoptada por la Basílica del San Pedro fue imitada posteriormente muchas otras iglesias romanas.
Allí donde la orientación de unos y otros hacia el este no es posible, la cruz puede servir como el oriente interior de la fe. La cruz debería estar en el centro del altar y ser el punto de referencia común del sacerdote y la comunidad que ora. De este modo, seguimos la antigua invocación pronunciada al comienzo de la Eucaristía: “Conversi ad Dominum”, dirigidos hacia el Señor. (...) Uno de los fenómenos verdaderamente absurdos de los últimos decenios está, a mi modo de ver, en el hecho de colocar la cruz a un lado para ver al sacerdote. ¿Es que la cruz molesta durante la eucaristía? ¿Acaso el sacerdote es más importante que el Señor? Este error habría que corregirlo lo antes posible; y es posible sin nuevas reformas. El Señor es el punto de referencia. Él es el sol naciente d ela historia. Puede colocarse,. Por tanto, una cruz dolorosa que recuerda al que sufrió, al que se dejó traspasar el costado por nosotros, costado del que brotaron sangre y agua -eucaristía y bautismo-, o puede ser una cruz gloriosa que expresa la idea de la segunda venida y dirige la mirada hacia eso mismo. Pues siempre es Él, el Señor: “Cristo ayer, hoy y siempre” (Hb 13,8).
Arte y Liturgia
Actualmente somos testigos no sólo de una crisis del arte sacro, sino de una crisis del arte en general, de proporciones antes desconocidas. La crisis del arte es, a su vez, un síntoma de la crisis de la existencia humana que, precisamente cuando se dan las más altas cotas de dominio material del mundo, cae en la ceguera ante esas preguntas fundamentales del hombre acerca de su destino último que van más allá de su dimensión material. Situación que podemos calificar, incluso, como ceguera del espíritu (...) El arte se convierte en experimentación con los mundos que uno mismo ha creados, en una “creatividad” vacía que ya no percibe el Creator Spiritus, el Espíritu Creador. Intenta ocupar su lugar, cuando realmente lo único que puede producir es lo arbitrario y lo vacío, y recordarle al hombre lo absurdo de su pretendida creatividad.
La imagen de Cristo y las imágenes de los santos no son fotografías. Su cometido es llevar más allá de lo constatable desde el punto de vista material, consiste en despertar los sentidos internos y enseñar una nueva forma de mirar que perciba lo invisible en lo visible. La sacralidad de la imagen consiste precisamente en que procede de una contemplación interior y, por esto mismo, lleva a una contemplación interior.
Jesús Ortiz López