En El librero de Selinunte, la milenaria y hermosa ciudad de Sicilia sirve de escenario para una fábula sobre el valor de los libros —y de los libreros— y sobre el valor de la palabra. Los protagonistas de la historia son un muchacho de 13 años, que es además el narrador, y un extraño librero, solitario, sabio y sublime pero unánimemente ignorado y vilipendiado. Nadie compra sus libros y, sin apenas ningún eco, él se dedica a leerlos en voz alta, como en un desesperado canto a todo lo valioso que hay en esta vida y que contienen los libros...
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Fábula sobre el valor de los libros, de los libreros, de las palabras. Sin ellas, las gentes del pueblo donde se desarrolla la acción se quedan peor que en Babel; tuvieron que ir inventando otro lenguaje pobre e inconexo. La obra, como fábula que es debería entenderse en este sentido y nó al pié de la letra. Resulta tierna y amable, con fino humor, limpia, de desarrollo lineal sin retrospecciones y de agradable lectura. El elenco de citas de la literatura clásica están elegidas con un gran acierto y oportunidad.
(de Ángel García Prieto) Parábola que recuerda un conocido cuento de los hermanos Grimm y que quizá no llega a encender toda la emoción que podría esperarse, pero en todo caso se inicia con un planteamiento interesante, tiene una dinámica atractiva y la conclusión está abocada al buen fin de las fábulas. En una pequeña novela que estimula el deseo de volverse a encontrar con otros relatos de este autor.