¿Con qué actitud, de qué manera contestamos a la llamada de Dios, cuando este está a nuestra puerta? Sólo desde la humildad sincera podremos alcanzar la auténtica libertad de los hijos de Dios, desprovistos de toda soberbia. Una humildad que encontramos presente, como modelo perfecto, en la Virgen María. Una humildad que nos lleva a ser como niños, a mirar como niños, pues sólo desde la infancia espiritual podremos desterrar la desconfianza sobre la capacidad de alcanzar la verdad, el desaliento ante nuestras limitaciones y las de nuestros prójimos, la angustia ante los males del mundo y, en definitiva, la desesperanza.
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Con el prólogo de dos cardenales, el autor emprende la tarea de ayudar a convertirse al lector y comenzaar un camino de infancia espiritual. En la primera parte, se trata de dejarse iluminar con la luz de la verdad; es un capítulo en el que el autor trata de derribar los muros que se pueden oponer a la luz de dios, bien sea en forma de autosuficiencia-sepulcros blanqueados es el título de uno de los epígrafes- o de no aceptar a Dios en nuestra vida. Una vez rotas las posibles barreras que el hombre pone a dios, el autor le anima a acercarse a Él siguiendo el camino de la infancia espiritual, especialmente de la mano de Santa Teresita del Niño Jesús. Quizás la primera parte no ayude de igual manera a todas las personas: por ejemplo, una persona que ha perdido o tiene muy debilitada la esperanza lo debe leer de un modo muy distinto al arrogante o seguro de sí mismo. La segunda parte es más segura; es un camino no sólo recomendado por los santos, sino por el mismo Señor: "Si no os hacéis como niños...".