La escala de Jacob, publicada en 1931, una recopilación de escritos del autor correspondientes al periodo 1919 (año de su conversión) hasta 1930. La mayor parte tienen un contenido crítico con la época y apologético del catolicismo y de la Iglesia.
Sobre la Exposición personal -publicada en 1941- escribiría Papini: "Hay un poco de todo, visiones y efusiones líricas, recuerdos y fantasías, pensamientos, aforismos y caprichos, apuntes e indicios, malicias y fragmentos, anécdotas y pullas, abandonos y meditaciones" (pág.23). Reúne pensamientos católicos del autor, textos poéticos e incluso algún párrafo de humor, lo cual en Papini es una rareza.
Edición | Editorial | Páginas | ISBN | Observaciones |
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1971 | Luis de Caralt |
345 |
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Papini (1881-1956) pertenece
Papini (1881-1956) pertenece al grupo de escritores conversos al catolicismo durante el siglo XX. Sin ánimo de ser exhaustivos podemos citar en este grupo a Chesterton en Gran Bretaña, Merton en los EE.UU. o Frossard en Francia. Papini vivió a caballo entre los siglos XIX y XX y, a raiz de su conversión en 1919, comenzó una tarea crítica con su época y apologética acerca del catolicismo y la Iglesia.
En 1923 había publicado, junto con Domenico Giuliotti, el Diccionario del hombre salvaje. Muy crítico con sus contemporáneos, el libro fue rechazado por los bienpensantes, incluidos los católicos. Papini dedica muchas páginas de La escala de Jacob a justificar el Diccionario. Comienza por criticar la época en la que está viviendo, la Europa de entreguerras: "El mundo de nuestros días, fundado sobre la violencia, la voracidad, la cantidad y la riqueza, está destruyendo los últimos valores religiosos, morales y estéticos de la cristiandad" (pág.240).
Se refiere a la lucha de clases, la codicia de los bienes materiales, la disgregación de la familia, el desprecio a la obediencia y la impaciencia en el trabajo, la ligereza en el vestir, la miseria de los menesterosos, los perturbadores del orden... No está de más señalar cómo Papini tenía un alma sensible y radical y que todos estos hechos le hacían sufrir, más allá de ser católico o no.
Parafraseando a San Pablo, Papini califica a sus contemporáneos (evidentemente no a todos) como "enemigos del Bien, de la Verdad, de Dios..., rechazan la Buena Nueva, persiguen a sus discípulos, se mofan de la Revelación, combaten y vituperan a la Iglesia..." (pág.244). Citando a S.S. Pío XI afirma que "en vez del tan repetido progreso se retrocede hacia la barbarización de la sociedad" (pág.242), y concluye acertadamente que "nada cambiará mientras no cambien las almas" (pág.174).
El Santo Padre había convocado un Año Santo para 1925 y Papini explica que "nuestra edad está llena de guerras y rumores de guerra y el papa quiere la paz. Por todas partes reina la discordia, el descontento y el papa invoca la conciliación, la unión, la fraternidad" (pág.270). Preguntémosnos si el autor no está describiendo una situación similar a la actual, como nos recuerda el papa Francisco en su encíclica Fratelli Tutti.
También los católicos -unos por su tibieza y otros por su modernismo- son objeto de las críticas del autor: "No tenemos simpatía por aquel catolicismo que se dice moderno, hecho de concesiones y compromisos, de tibiezas y de vilezas" (pág.254). En 1907 San Pio X había condenado la herejía modernista y Papini recuerda su "ofensiva filológica contra el Evangelio" y las "metafísicas germanas mal renovadas". Cita al protestante alemán Lessing, el cual, a finales del XIX, había escrito que los Evangelios "no bastan para probar la existencia histórica de Jesús. Jesús es un mito sincretista, un mito solar, un mito babilónico. Jesús nunca ha existido y los cuatro evangelios son novelas históricas" (pág.258). Nuevamente habremos de recordar aquí a algunos teólogos y pensadores contemporáneos.
Como compilaciones de textos Exposición personal y La escala de Jacob pueden resultar repetitivos; son para leer despacio y aún así cuentan con estupendos párrafos líricos. El autor hace un alarde excesivo de erudición y realiza afirmaciones que hoy no compartiríamos, como la descalificación de la democracia y la calificación de Alemania y América como "estafetas del Anticristo" sin justificar una descalificación tan radical. Hay que señalar que el autor -al igual que tantos italianos- sintió una afinidad inicial hacia el fascismo mussoliniano del cual luego se apartó.