Manuel Godoy y Álvarez de Faria, duque de Alcudia y de Sueca, conde de Evoramonte, Príncipe de la Paz, tuvo la doble desgracia de acceder inmerecidamente a la condición de favorito (aunque él rechazara ese nombre), y de que Carlos IV tuviera un hijo, Fernando VII, absolutamente desnaturalizado. Su historia está marcada por la sombra de dos Borbones, ambos bastante incapacitados para la política. El primero bondadoso en extremo y su vástago, dispuesto a todo para conseguir el poder y, no satisfecho con ello, para volcar todo su resentimiento sobre sus progenitores y quienes les hubieran ayudado en algo.
Del reinado de Carlos IV nos queda el museo del Prado y un punto de inflexión en la decadencia de la España Moderna que ni se apuntó a la Revolución Francesa (algo hizo Floridablanca), ni tuvo fuerzas para resistir porque se desmenuzaba desde dentro.
Por ello, cuando España pasa a ser napoleónica, los reyes van al destierro y se inicia la lucha por la independencia, Godoy fue acusado de ser el responsable de todos los males que asolaban el país. El pueblo siempre ha sentido cierto respeto hacia los reyes, incluso en tiempos actuales, pero necesita de la figura del chivo expiatorio para poder contar, al menos, con el derecho al pataleo. Godoy reunía las condiciones y Fernando VII, y su entorno supieron aprovecharlo.
Edición | Editorial | Páginas | ISBN | Observaciones |
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2004 | Temas de hoy |
471 |
978-84-8460-387 |
Subtítulo: La lealtad de un gobernante ilustrado Colección: Historia |
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Enrique Rúspoli reivindica en este libro la honradez de Godoy. Lo hace como eco de las “Memorias” que el Príncipe de la Paz publicó en 1837. Fecha tardía pero que responde al deseo de Carlos IV de que no reivindicara nada hasta la muerte de Fernando. Su fidelidad en este punto, como en tantos otros, a la casa real es encomiable. Pero Rúspoli, que ha adaptado el material a un género dialogado, para facilitar la lectura y no disuadir a los poco aficionados a la biografía histórica, también ha investigado en los archivos y en la correspondencia de los personajes.
Fruto de ello, de un trabajo paciente y riguroso, es esta biografía. Aunque ya se habían alzado algunas voces en defensa de Godoy, el sentir general sigue siendo, al menos en la rumorología popular, que fue un traidor. La idea que uno saca es que más bien fue un incompetente.
Carlos IV lo había atraído a su lado por su lealtad y porque no pertenecía a ninguna facción partidista. La nobleza no acababa de digerir que alguien no proveniente de la aristocracia hubiera llegado a la cima del poder en España. El país no carece de envidiosos y la frivolidad de María Luisa y los deseos de ascender de Godoy, permitieron que se levantaran calumnias. En eso hoy hay cierta unanimidad, en negar el adulterio de la reina, por más de que algunos interpreten las pinturas de Goya desde el psicoanálisis. Pero Freud, no lo olvidemos, no curó a nadie sino que creó un mito del que salieron muchos otros.
Francia supo manipular el rumor a su favor para debilitar la figura de Godoy y esas cosas, ya se sabe, tienen buena prensa, que para algo es rosa. Aunque es raro que nadie cayera en la cuenta de que la reina ya estaba amarillenta y desdentada cuando conoció al futuro Príncipe de la Paz.
La ascensión de Godoy fue meteórica y por eso su caída resultó más humillante. Con todo, Rúspoli, nos dibuja un valido que fue leal a la corona de España. Aunque hasta 1808, un poco tarde, don Manuel no cayó en la cuenta de que las pretensiones de Napoleón sobre Portugal lo eran también sobre España, intentó por todos los medios salvar a los reyes sacándolos por Sevilla hasta América. El motín de Aranjuez lo impidió y allí se inició la desgracia de Godoy.
Enrique de Rúspoli dedica unos capítulos finales a mostrar la lucha de Godoy ante los tribunales españoles para recuperar su honor. Fue condenado sin ser escuchado, y sin que mediara juicio alguno. De forma extemporánea se anticipó al XIX la manera en que habían de denigrarse a las personas a partir del siglo XX. La opinión pública tolera ese tipo de abusos, a los que no fue tampoco impermeable su hija Carlota. Con Isabel II (¡vaya otra!) le llegó la rehabilitación.
Este libro, bien documentado y ágilmente escrito, es un canto a la lealtad del duque de Alcudia. Se salva su honor, aunque su política puede seguir cuestionándose. En cualquier caso se trata de un buen trabajo que será imprescindible, a pesar del género literario escogido, para hacerse una idea ponderada de Manuel Godoy.