Novela dramática enmarcada, al final del siglo XIX, en la bella huerta valenciana. La vida bulle en ella como los colores de su contexto. Es una historia de venganza. Una familia que llevaba muchos años trabajando en arriendamiento una de las parcelas de la Huerta, a causa de la reclamación, por parte del amo, de una deuda, es expulsada de la tierra, lo que provoca la destrucción de la propia familia, el abandono de la zona, el asesinato del amo, la maldición que los vecinos echan sobre esas tierras para que nunca más vuelva a vivir allí nadie que la haga productiva. Y la llegada, al cabo de un tiempo, de una familia feliz, trabajadora y unida, a la que le hacen la vida imposible.
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Blasco Ibáñez describe de
Blasco Ibáñez describe de maravilla, lo externo, y todo el proceso interno de evolución de sus personajes. Utiliza un rico vocabulario y gran corrección en el lenguaje, lo cual es un valor añadido. Apenas hay ningún término malsonante a pesar de la dura historia, como si fuera un pintor de la zona, perfila los tonos en los colores. Una población, "buena gente", pero incultos, brutos, "animalizados", dominados por los instintos más primarios de la superstición, envidia, odio, calumnia, juicio temerario, difamación, violencia. Un mundo machista en el que la mujer ha de ser ama de su casa, sujeta al marido, sumisa, trabajadora como colaboradora en el trabajo de la huerta, o en la fábrica de seda cuando se es joven. Ha de ser madre. Un mundo de niños "asilvestrados", capaces de imitar los roles de los padres, pese a que acuden a la pobre escuela de Don Joaquín a quien nadie paga, pero que intenta sacarlos adelante en medio de una extrema pobreza...
La novela es como la huerta misma: fecunda si se trabaja, se pudre en cuanto se abandona. Frente a la belleza paisajística y la calma de los días soleados, el autor denuncia la explotación por parte de los amos hacia sus arrendados. Algunos exigen más y más. Hay una demagogia de enfrentamiento perpetuo entre dueño y trabajador. Parece como si los amos, necesariamente, fueran todos malos, y los obreros, "buenos". Los primeros, avaros, codiciosos, exigentes y acobardados ante las nuevas peticiones de los obreros. Y estos, unos, laboriosos, abnegados; y otros vagos y borrachines, fanfarrones, jugadores y pendencieros, soberbios y bravucones, a la vez, con poca personalidad, se dejan llevar por el lider, aunque este actúe mal. Pero la realidad demuestra que eso no es así. Y entre los hortelanos también hay buenos sentimientos. Se compadecen ante la desgracia. Se solidarizan con la pena. Es, desproporcionadamente, un solo capítulo de los diez que tiene la novela en el que afloran los buenos sentimientos y algo de humanidad. Por ahí se demuestra que el ser humano es capaz de lo mejor y de lo peor. El agobio, el dolor supremo, el llevar a la gente al límite, puede llevar a la desesperación.
Ausencia total de trescendencia en los personajes, influencia de la visión laicista de la vida, por parte del autor.
Me parece una obra ya clásica, que vale la pena leerse, por lo bien escrita que está, aunque los personajes sean tan radicales, y el argumento sea duro y, a la vez, simple.