En este libro, Scott Hahn explica la Misa desde el libro del Apocalipsis y ofrece algunas claves litúrgicas que iluminan el sentido del último libro del Nuevo Testamento. El resultado es realmente sorprendente y mucho más claro que tantas interpretaciones de milenarismos, número de la Bestia o Jinetes del Apocalipsis.
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Scott Hahn siempre tan
Scott Hahn siempre tan sugerente, haciendo uso de modo sorprendente de sus conocimientos de la Sagrada Escritura para explicar las cosas "de otro modo" al que estamos acostumbrados y, por lo tanto, calando de modo especial al lector, aunque fuera experto. Su escritur ágil y llena de ejemplos hace especialmente simpático este libro, y muy recomendable. Leer artículo...
La cena del cordero me ha parecido un libro fascinante. Al ir leyendo simultáneamente el libro con el Apocalipsis vas comprendiendo mejor lo que Hahn quiere explicar. Es un libro que llama bastante la atención, y como bien su título dice se centra en la Misa y el hecho de que ésta es el Cielo en la tierra...
El Apocalipsis me ha parecido una quedada de libro; pero se sale, aunque hay mazo de historias raras. La cena del cordero es un libro que recomiendo leer a cualquier persona, así que ya sabes, tú mismo.
El otro día pregunté en mi oficina a unas compañeras si tenían inconveniente en que dejara abierta una puerta. “Las puertas son para estar cerradas”, me respondieron. No pude por menos de sonreírme y olvidarme inmediatamente de la puerta porque se clavó en mi mente la imagen del velo rasgado del templo de Jerusalén, y la palabra “Apocalipsis”. No hay nada “apocalíptico” en el carácter seco y recio de los castellanos, todo lo contrario, hay mucha ternura velada y escondida, reservada, quizás, a la intimidad sólo de Dios; lo que ocurre es que tampoco pude evitar imaginarme esa respuesta en labios de un piadoso judío en la época del templo refiriéndose a la posibilidad de que, de algún modo, se rompiese la distancia impuesta por el pecado entre Dios y el hombre, de que Dios dejase de ser la realidad terrible, misteriosa, y oculta e invitase a los hombres a una intimidad con Él superior a la de Adán cuando se paseaba junto al Señor aprovechando el frescor del atardecer, porque entonces estaba con el hombre como quien está con un niño, inocente y dispuesto a armarla de la forma más insensata e irresponsable en cuanto mires para otro lado.
Como un niño, así es como me siento cuando distraído en misa veo el gesto grave, y no menos distraído que el mío, de los demás feligreses cumpliendo con la obligación y sin enterarse, ni los más enterados, que saben que, por ejemplo, la palabra Apocalipsis significa “desvelar”, que se nos está llamando a sentarnos a la mesa como hijos de la casa, a disfrutar plenamente de la reunión familiar y de sus alegrías y de sus placeres. Y nosotros como chiquitines venga a corretear por ahí debajo de la mesa a lo nuestro, a jugar con nuestras cosas y entretenernos en nuestras preocupaciones pueriles. Y ya no tenemos edad…
Las puertas son para estar cerradas, pero también para abrirse, y los velos velan, y también desvelan cuando se abren.
Abrir puertas. De eso sabe Scott Hahn, el autor de “La cena del cordero”, y al que los lectores habituales de “Espiritualidad” recordarán porque pasó, para quedarse, hace unos meses por estas páginas digitales con el libro, co-escrito con su esposa Kimberly, “Roma, dulce hogar”. En él nos contaba su arduo itinerario desde pastor protestante a su conversión al catolicismo. Digo que pasó para quedarse porque me consta que somos muchos los lectores a los que Scott Hahn ha abierto puertas, puertas de nuestra propia Iglesia cerradas o cegadas por el tedio y la indolencia del que se sienta a guardar un tesoro y acaba por olvidar lo que protege detrás de la puerta.
Como sabemos, todo comenzó cuando Scott dio con una llave que entraba en cerraduras insospechadas. Llamó a la llave “la alianza familiar con Dios”. Entender la Alianza, la vieja alianza de Dios con su pueblo, en términos de una alianza de sangre, de un alianza carnal, de formación de una familia, vuelve a ser la clave de su estudio. Sabemos lo que el descubrimiento de esta perspectiva desencadenó en su vida, y como le llevó a estudiar y rezar infatigable y dolorosamente, y verse avocado al último lugar donde el había pensado acabar: el seno de la Iglesia católica. Ahora el viaje es, de algún modo, en sentido inverso: volver a la Escritura desde la Eucaristía para reencontrarse con palabras y significados mil veces antes estudiados y destripados y nunca acabados de desentrañar. Laberintos, puertas y velos que resultan no ser tales.
¿Qué tiene que ver el libro del Apocalipsis con la misa?
Tras leer este libro yo también me voy a atrever a ofrecer una respuesta: que ambas cosas solemos mirarlas puerilmente, con los ojos de un niño, pero no como los de aquellos que se acercaban a Jesús, sino como estos nuestros que se acercan al cine a devorar palomitas y efectos especiales. Miramos el libro del Apocalipsis y nos quedamos con el 666, con las batallas, los armagendones, las bestias, los efectos especiales y las pirotecnias. Somos muy adultos y nos incomoda el último e incomprensible libro de la Biblia, pero no pasamos de una lectura propia de cómic.
Lo primero que se agradece a Scott Hahn es que no nos empiece hablar del libro de Daniel y del género apocalíptico, despachando así, sin más, la visión de Juan en Patmos. Por el contrario, se toma muy en serio todos estos aspectos de la liturgia y la cultura religiosa judía, explicándonos de forma comprensible para profanos en la materia que sentido tienen cosas e imágenes que nos vamos a encontrar en el Apocalipsis. Este es el gran mérito del antiguo pastor, acostumbrado a bajarles a su variopinto rebaño los descubrimientos hechos en arduas horas de estudio y oración en su biblioteca, la facilidad para llevarnos por el camino andado por él, que en este caso va desde las elucubraciones de quién podía ser la Bestia –quién es la bestia más bestia de todas las bestias es un juego que ha comido un tiempo precioso de muchas buenas gentes-, hasta la sorpresa al asistir a misa y descubrir en ella no sólo sus amadas escrituras, sino un sentido y una riqueza que absorbe y desborda los esfuerzos de estudiosos por situar el texto en el contexto de la destrucción de Jerusalén en el año 70, o de las persecuciones de los emperadores romanos, o por el contrario como una profecía a desentrañar sobre el fin de los tiempos.
Dejémonos nosotros también de juegos y descorramos de una vez el velo: el Apocalipsis es la misa, una participación en la liturgia celeste, la posibilidad de rendir culto de alegría y agradecimiento a Dios junto a ángeles y santos, de sentarnos a la mesa familiar asociados al Hijo y acercarnos a la vida hogareña de la Trinidad, antes de que llegue el momento en el que podamos disfrutar en zapatillas y bata de las delicias del hogar. Lo que nos pasa a muchos cristianos es que nos empeñamos en quedarnos a la puerta del Sancta Sanctorum sin querer abrir la puerta, sin querer saber que el velo está rasgado desde dentro.
Es difícil, para un hombre del siglo XXI tecleando en un ordenador, explicar la emoción interior que produce la idea de rezar unido a los ángeles y a los santos, incluso cuando se bosteza en una fea iglesia de barrio. Es una realidad que desborda y abre a una densidad vital insondable y escandalosa. ¿Qué podía sentir un hombre del siglo I ante esta idea?. Una de las cosas que hace de “La cena del cordero” un libro precioso es su capacidad para transmitir las emociones encontradas que la visión de Juan suscita en quienes ven desbordados los contenidos de la Alianza de Dios con Israel, superando sus sacrificios, sus símbolos y sus espacios sagrados. Esas mismas emociones son las que podemos compartir lectores y autor según avanza su estudio, según se va revelando a nuestros ojos, que parecen tener algo de nuevos, el sentido que las palabras e imágenes del Apocalipsis arrojan sobre esas mismas palabras e imágenes insertadas en la liturgia de la misa. Somos ahora nosotros los desbordados al entrever cómo el misterio del amor perfecto de la Trinidad se entreabre para nosotros en la sencilla y anodina reunión de un grupo de personas que repiten unas palabras en el silencio de un recinto en silencio y penumbra; cómo ese mismo amor perfecto se entrega en la inmensa fragilidad de la carne, de una carne hecha, además, trozo de pan. Al igual que aquellos amigos de Jesús nos resistimos a aceptar un Mesías así, y a la vez nos sentimos atraídos por Él.
Sabemos que la puerta está abierta, lo hemos leído muchas veces en los Evangelios; Scott Hahn dedica la parte final de su libro a descubrirnos donde está la puerta. No es ningún secreto, ni hay que hacer número ni cábalas. Los lectores de “Espiritualidad” que se animen a leer “La cena del cordero”estoy seguro que abrirán la puerta de la iglesia de su parroquia con una emoción desconcertante para los vecinos que pasen, como tantas veces al día, por allí sin reparar una vez más en ella.
Antonio Samaniego Luis