El libro, compuesto por poemas en prosa, recrea una Granada mítica en tanto que mirada por el autor desde los recuerdos de la infancia. Cuadros personales y evocadores, manifiestan una sensibilidad extraordinaria con una cuidada prosa lírica. Paisajes y personajes que se pasean por estas páginas dejando un recuerdo imborrable, como lo hicieron en el autor.
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El tiempo va pasando y todo ha cambiado en su Granada (¿o es la mirada lo que ha cambiado?). Las evocadoras escenas no nos hablan de un paraíso perdido, como puede parecer, sino de uno encontrado por medio de la palabra, de la expresión poética, de la belleza.
La Granada de la infancia del poeta. La nostalgia por la mirada del niño que descubre lo que en la adultez se le oculta. La prosa lírica, sencilla, sin excesos retóricos. Todo convierte este poemario en una de las delicias a las que Númenor nos tiene acostumbrado.
De todos los cuadros descritos me quedo con tres; "El ciprés", "El pozo" y "El nisporero". En el primero un ciprés adolescente, junto a las tapias, "se empina para ver pasar la gente y sabe que su sombra breve está al otro lado, detrás del muro alto". Prisionero de un carmen, cautivo en el patio, sufre hasta que al fin descubre su destino: "Nadie vendrá a rescatarlo (...) Pasan vientos y soles. Pasan viejas y niñas. Pasan noches y lunas. Hasta que al fin descubre que su botín es el viento..."
En "El pozo", en el que "aunque en el cielo hay luz, allí dentro es de noche, siempre de noche", el niño poeta se asoma. Otra vez, aupado de puntillas al brocal, vuelve el niño la cara. Mira al cielo. Brilla la luna hermosa sobre el pozo. Entonces le pregunta: -¿Por qué siempre tan guapa para bajar a verme?"
En el nisporero, el niño atareado en mil juegos no sabe lo que le dice. Pero pasa el tiempo y a su sombra, ya adolescente, lee los primeros libros de poemas. Y es que, "un árbol puede ser garante de un destino y enseñarnos a oír, al correr de la vida, la concordancia a solas con los hombres". Maravilloso.